Con los años encima
Hacía muchos años que no se veían y más allá de que cada uno había tratado de saber del otro, el no verse era como haber puesto un silencio en el espacio.
El reencuentro significó eso: que se volvieran a ver; poder saber de ellos por ellos mismos y sin duda que era toda una experiencia que vivenciaban juntos y admiraba a ambos.
Las figuras habían quedado en el tiempo, él que a uno le cuenten de alguien no sirve para saber todo de quien se indaga.
Los años contados, no son años vividos.
La última vez que se vieron eran muchachotes y ahora a pesar de saber como fueron sus vidas, se sorprendieron ante la realidad de treinta años pasados.
No eran extraños, se conocían, pero no eran los mismos.
Cada uno llegó a lo mismo, -estaré yo también tan viejo?- seguro que sí. Uno nunca advierte su propia realidad sino la compara con la de los demás y cuando las cosas comienzan juntas como pueden ser las vidas, y con el correr de los años siguen caminos parecidos, casi iguales, terminan siendo una el espejo de la otra.
Querés saber como estas, fijate como están tus pares.
Las primera palabras fueron casi las de ritual, ¿cómo andás, qué fue de tu vida? Y esas preguntas – respuestas como para evitar incomodidades. -¿seguro que bien?- Y sin dejar lugar para nada, un – ¡me alegro tanto!…yo igual – salvándose de las respuestas y sin dejar resquicios para preguntas, casi como con piedad para ambos, tanto como la contestación de una – y sí …-.
Ya pasada la primera impresión se entró en la normalidad del reencuentro.
Loco estás como veinticinco kilos más gordo y a vos se te volaron las chapas, el silencio, y casi a coro con la voz cortada un –estamos viejos, hermano-.
-Te acordás?- fue la señal casi con calidad de código secreto, como para dar la largada a las historias mutuas, casi iguales pero distintas en la medida que era desconocidas para el que oficiaba de escucha
Algunas coincidías con las noticias sabidas por medios de terceros, pero la mayoría y la verdad de la casi totalidad de las otras, eso era el secreto.
Un secreto que a pesar de que cada uno quería saber del otro, sabía sin pensarlo que escapaba de las respuestas, de esas contestaciones que no eran ni más ni menos que sus propias respuestas a las preguntas compartida. Era como pedirle a alguien que le cuente su misma vida como si fuera la de él y a él contarle lo que sin dudas es casi su propia vida.
Que difícil se ponía.
Cada segundo y cada palabra era un golpe nuevo de una realidad que cada uno conocía desde hace tiempo, pero venía esquivando sin mayores problemas.
Pero a la hora de los amigos, los amigos son los amigos y eso si es fuerte.
Enfrentar amigos después de años, es como volver a vivir cada cosa y cada lugar y allí si que se pone dura la cosa.
Los dos coincidieron sin decirlo pero tras pensarlo, que el silencio sería lo más piadoso para ambos, para uno y para el otro y viceversa. Así como sin hablarlo pero con ese código de hermanos, casi siguiendo, mirándose sin decir nada, mirándose y pasándose imágenes propias y mutuas pero en silencio, ese silencio cómplice y piadoso que termina haciéndole bien a los dos.
Esa primera vez después de tanto tiempo fue así, la primera vez y eso significa que siguieron otras y las hubo y tras esta, la de la catarsis de una vida que se retoma.
Vinieron las otras, las de amigos con chistes y cachadas, con cafés, asados y cariño, secretos y amistad. Esa amistad que todo disimula y ayuda.
Pasaron tantos días, … tantas cosas; pero aquella, la que después de treinta años se dio, quedará para siempre como la marca más fuertes del reencuentro, ese donde afirmaron y se juramentaron sin más ceremonia que una mirada, que serían como son y como los amigos: él uno para el otro, sean como sean: … amigos.
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