El extraño caso del pelado en el balcón
Informe XII Especial COVID-19 – Parte 1 – Giacobbe & Asociados – 09/20
Por Lic. Jorge Daniel Giacobbe – Director de Giacobbe & Asociados @JorgeGiacobbe
La expectativa social, también denominada «esperanza», resulta ser un balcón alto y maravilloso, pero resbaloso y carente de barandas. Se sube por escalera o ascensor, pero se baja en caída libre.
Los políticos siempre quieren subir impulsados por sus propios deseos, pero no deja de ser la opinión pública quien tiene la última palabra, es decir, la que otorga permiso. Y no siempre los corresponde.
Cuando confluyen ambas cosas, el alineamiento de los deseos del político con los de la sociedad, suelen producirse eventos importantes: triunfos electorales o momentos de brillante liderazgo, por ejemplo.
Cuando es solamente el político quien desea subir, sin que la sociedad lo necesite, se constituyen los oportunistas.
En sentido contrario, cuando es la sociedad quien empuja al político a subirse al balcón, entonces se producen situaciones curiosas, donde las oportunidades y los riesgos se entremezclan a la espera de que la moneda caiga de cara o cruz.
El presidente Alberto Fernández vivía hasta principios de marzo en el piso 37 de imagen positiva que, en verdad, alquilaba a su vicepresidenta Cristina Kirchner,
dueña del inmueble. Al disponer la cuarentena, una sociedad atemorizada y obediente le prestó el piso 68 de imagen positiva, mucho más cómodo que el anterior, pero a costo de la envidia y desconfianza del consorcio.
A partir de allí, el cambio de humor social (descripto en este informe ininterrumpidamente) lo empujó hacia abajo nuevamente, en una caída libre constante aunque cada vez más suave.
En el piso 35 lo atajó la dueña nuevamente, que regentea -como base- los pisos 30 a 37. Aquí se encuentra Alberto hoy, frustrado por haber disfrutado brevemente la suite del 68, pero contento de no conocer aún el quinto subsuelo.
Distinto es el caso de Horacio Rodríguez Larreta, que sigue subiendo pisos en el edificio de enfrente. En los últimos quince días creció de 38% a 43% en imagen positiva entre un público que empieza a construir figuras de oposición para pasarle factura al Frente de Todos.
Todos sabemos que Horacio aspira llegar a la terraza, el tema es cuándo. Montarse en la expectativa social de recambio, ser depositario de esperanza, subirse al ring (o como queramos denominarlo) antes de tiempo, es un camino de riesgo.
Quiera o no quiera Horacio que sea ahora, es una necesidad de la sociedad la que lo está empujando. Atención. Obtener mucha atención seis meses antes de una elección presidencial tiende a ser lo correcto, pero tenerla tres años antes, puede ser una cascara de banana en ese balcón tan riesgoso.
Tres años a cargo de un nivel ejecutivo, tres años a los sopapos con el gobierno nacional y el provincial, tres años durante los cuales crecerán la pobreza, la indigencia, la inseguridad, la inflación y el desasosiego general.
Es mucha oportunidad. Es mucho riesgo. Es mucho tiempo.
EL PAR DE OPUESTOS ANTERIOR
En tanto, Cristina y Mauricio aparecen desgastados. Ya en la última elección, ambos tuvieron que disputar poniéndose una máscara peronista. Quedó bien claro que ponerse la máscara del lado del frente de la cara, como lo hizo Cristina, genera mejores resultados que ponérsela del lado de la nuca. En fin.
Al momento ambos tienen más de cincuenta por ciento de imagen negativa. ¿Qué deberían hacer con sus futuros políticos, a criterio de la opinión pública?
Es impresionante ver cómo coincide en 17% la cantidad de ciudadanos que cree, en ambos casos, que deberían presentarse como candidatos presidenciales en 2023.
En sentido inverso, el 48.4% cree que Macri debería retirarse para siempre, mientras que a Cristina se lo sugiere el 63%. Que vayan calentando los suplentes.
Pero analicemos por un momento a los cuatro públicos que están en los extremos de la discusión política: los fanáticos que fomentan la grieta, los peronistas & kirchneristas por un lado, y los Pro & UCR por otro. Podemos ver que, sumidos en sus mundos de pensamientos puramente emocionales, carecen de visión estratégica.
El fanático (de ambos bandos) quiere que su archirrival desaparezca de la escena. No puede verlo ni en figuritas, lo odia. En ese odio le asigna un tamaño y un poder irreal, que parte de sus propios miedos. Prefiere enfrentarse con un enemigo nuevo sin entender cuánto más riesgoso es ese escenario.
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