Diálogo, verdad y compromiso
La verdadera política, la que es altamente virtuosa y productiva para la nación es aquélla que se funda en la virtud humana del servicio público inspirado en el amor al prójimo y la incesante búsqueda del bien común. Quiénes se acercan a la política por un imperativo fundado en la especulación, más temprano que tarde la terminarán volviendo objeto de una transacción (y obviamente “traición a sus ideales”). La política es como el sacerdocio, o se es un santo o se es un sátrapa.
El bien común es siempre la inacabada tarea de construir la nación y por eso requiere de la participación de todos y de un diálogo que tenga ánimo dialogante y no bajadas de línea, explicaciones de las medidas del otro, interpretaciones del tipo de los programas 678, intratables, etc. que es lo que estamos habituados a ver en televisión.
Para lograr superar el estado de incontinencia verbal, inconducencia y sordidez, la discusión debería ceñirse a una “mancomunidad sana” del dialogo que contribuye a su enriquecimiento tal y como lo exija el tema, pero sin excluir nunca al otro, valorando lo que éste haya expresado de positivo, por aquello de que lo cortes no quita la valiente, e incluyendo lo que sea tolerable para que el resultado del diálogo sea lo tolerable por ambos.
No puede aceptarse una conversación que empiece o se desarrolle por la línea de la descalificación; y, sin embargo, ¿dónde vemos una conversación sana? Otra condición del diálogo es la prudencia y relevancia argumental que hace que únicamente se deba proporcionar la información necesaria para sostener el punto de vista, sin descalificar el argumento del otro. Es tarea de quien escucha hacer el juicio de valor. El diálogo es un camino de doble vía donde las palabras oportunas y generosas por su amplitud construyen confianza, derriban murallas personales y condicionan respuestas positivas.
Otra regla es hablar en términos de verdades sabidas y de hechos comprobados. Nunca aceptar la mentira, puesto que además de inmoral, es siempre más dañina que útil para el conjunto de la sociedad y los fines del diálogo.
Por último, el diálogo impone expresarse con claridad, sin ambigüedades, con brevedad y ordenadamente.
Una condición política de un verdadero diálogo es que los participantes deben ser representativos de los sectores afectados. Un diálogo llevado entre algunos de los actores o donde algunos tengan más oportunidades de expresar sus pareceres que otros, está destinado al fracaso y su intrascendencia. Por eso parafraseando al gran Domingo F. Sarmiento “para los grandes hombres no existirán tareas ni diálogos pequeños”.
Entender consenso como unanimidad es conferirle a la minoría el derecho al veto, y eso no es democrático. El consenso debe entenderse como una opinión que cuenta con una mayoría cualificada o abrumadora, como sería 2/3 de los sectores representados. El consenso se hace evidente cuando no hay necesidad de realizar una votación para conocer cuál es la preferencia de esa mayoría.
A través del diálogo se posibilita a los actores políticos participar en la elaboración de las decisiones que trascienden el tiempo constitucional de un gobierno y se insertan en las políticas públicas. Hay temas imprescindibles para posibilitar el desarrollo pleno del ser humano como la educación, salud, seguridad, trabajo y justicia. Temas que hacen a la “Civitas”: como el rol del Estado, su dimensión y financiamiento; y, otros que le darán sustentación y proyección futura que son las políticas económicas, sociales y monetarias.
En la vida política importa todo y todo debe tener su lugar y contemplación. Cuándo se barre bajo la alfombra como solemos hacer en nuestro país, pronto se vuelve difícil caminar.
El ordenamiento constitucional determina las competencias, órganos y autoridades a las que se le asigna tomar determinadas decisiones, pero (siempre hay un “pero”) en la democracia participativa, así como la legitimidad democrática, se impone una participación de los sectores representativos de la sociedad.
Así pues, el diálogo y el consenso son los dos firmes pilares sobre los que se levanta y sostiene el edificio de la democracia.
Hagámoslo posible.
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