El (no tan extraño) caso de los gobiernos que no creen en la democracia
Hace 109 años la República Argentina daba un paso fundamental para constituirse como una de las “grandes naciones del mundo” en lo que respecta a avances institucionales y derechos civiles.
Un 13 de febrero de 1912 Se promulgaba la Ley Sáenz Peña (ley N° 8.871), que establecía el sufragio universal, secreto y obligatorio y el sistema de lista incompleta.
Un año después se utilizaba este mecanismo por primera vez en algunas elecciones provinciales y con el sufragio universal, se rompía no sólo con una supremacía política que gobernaba al país desde el siglo pasado, sino que además alentaba esperanzas en los ciudadanos que por décadas habían sido condicionados, e incluso obligados a votar por la oligarquía de entonces.
De este modo, cuando el Congreso Nacional sancionó la ley que establecía el sufragio universal masculino, secreto y obligatorio, ocurriría algo que parecía imposible: el país comenzaba a respirar aires de libertad.
La instauración de la Ley Sáenz Peña aumentó inmediatamente los niveles de participación popular y puso fin al denominado “el voto cantado” en donde los electores debían decir a “viva voz”, por quien votaban o completar una “papeleta” a la vista de sus “Patrones”, “Caudillos” “Punteros” o incluso la policía que servía al “Poder de turno”.
Condicionados y seguramente atemorizados, los votantes salían de cada elección con la sensación que el sistema, no sólo los oprimía, sino que además los poderosos los utilizaban para mantenerse en el “poder”. Claramente no existía la libertad, no solo en términos conceptuales, sino también en la práctica, un ciudadano era un esclavo.
Cada vez que un gobierno manipula el sistema electoral, lo hace con una única intención; sacar ventajas.
En nuestro país hubo y hay gobiernos que abusaron – aún lo hacen – de esta práctica: El “kirhnerismo” desde su nacimiento en la lejana Santa Cruz, hasta la actualidad a nivel nacional; con un Presidente que sólo trabaja para intereses partidarios electorales mientras el país atraviesa agonizante una crisis sanitaria, económica y, obviamente, “política”
Aborrecen la democracia
“Los peores perdieron los temores, los mejores perdieron la esperanza”. Esa frase de Hannah Arendt que señala los motivos que lo llevaron a abandonar Alemania cuando llegaba el nazismo, fue recordada recientemente por la ex legisladora, periodista e intelectual, Norma Morandini.
En una entrevista a un portal de noticias argentino, desde Madrid ella también analizó: “Yo creo que hay que recuperar la confianza de que podemos tener un país diferente, no podemos caer en el insulto, hay que interpelar a los legisladores, que tienen sentir la mirada de la ciudadanía a los que les dio la confianza para que tomen las medidas en su nombre, que es vivir en democracia y pacíficamente. ¿Por qué es difícil el diálogo con el kirchnerismo? Porque ellos hablan otro idioma, no hablan el idioma democrático. El valor de la libertad, el valor de la democracia a la que descalifican como un valor burgués, ignorando que los derechos humanos son una concepción liberal nacida después del nazismo y base de la mayor prosperidad y progreso para países que antes habían sido enemigos”.
La abogada y ex asesora en materia de seguridad durante el gobierno de Juntos por el Cambio, Florencia Arietto señaló recientemente que el “Kirchnerismo no cree en la democracia”. También comparó al gobierno con “una superestructura a lo soviético que se olvidó del pueblo”.
Todas estas aseveraciones son absolutamente confirmadas al analizar la realidad.
Una enumeración de las acciones del gobierno de la familia Kirchner (quien no podría advertir el “nepotismo” en este esquema de Poder) nos hace llegar a una conclusión simple: Al “kirchnerismo” le incomoda la democracia, no la entiende y pretende desnaturalizar el sistema para perpetuarse en el Poder, como lo hicieron los regímenes antes mencionados.
Dese que alcanzaron el “Poder” manipularon el sistema: modificaron la Constitución en Santa Cruz, lograron la reelección indefinida para Néstor Kirchner (una ostensible acción anti democrática), decretaron la Ley de Lemas (en donde no gana el más votado). Si ningún tipo de vergüenza cívica impulsaron las denominadas “Candidaturas Testimoniales” en donde la persona que se presentaba como cabeza de lista, era una suerte de “anzuelo”. La instauración del engaño como herramienta proselitista, y finalmente las PASO, que ahora por falta de conveniencia a sus intereses quieren desaparecer del cronograma electoral.
Esta enumeración de acciones y manipulaciones del sistema nos permiten afirmar: “el Kirchnerismo aborrece la Democracia”
Cuidar el legado de Sáenz Peña
El CONICET describe aquel sistema de esta manera: La Ley Sáenz Peña, el nombre con el que se conoce a la ley Nº 8.871, estableció el voto secreto, individual -prohibía el voto grupal- universal masculino y obligatorio para argentinos y naturalizados mayores de 18 años, previamente inscriptos en un padrón electoral, quedando exceptuados los mayores de 70 años. En el momento de sufragar, el presidente de mesa entregaba un sobre abierto y vacío y el ciudadano introducía su voto en un cuarto contiguo, sin ventanas y sin otra presencia que la suya, y luego lo depositaba, cerrado, en la urna sobre la mesa. Al Ejército se le confió la tarea de fiscalizar el desempeño del acto electoral. Además, se estableció el llamado sistema de lista incompleta: el partido más votado obtenía dos tercios de los cargos en cuestión y la fuerza segunda, el tercio restante. Otro u otros partidos quedaban excluidos de obtener representación”.
Este sistema defendía los derechos más básicos del ciudadano; y por eso fue la base de la democracia Argentina durante 100 años, con la excepción de las interrupciones autoritarias y violentas donde se quebró el orden institucional.
No fue fácil lograr que se afiancen estos primeros aires de libertad republicana, que tuvieron su punto culmine el 2 de abril de 1916, cando se realizaron las primeras elecciones presidenciales bajo la ley Nº 8.871.
En aquellas primeras elecciones presidenciales se impuso el candidato de la Unión Cívica Radical, Hipólito Yrigoyen, poniendo fin a décadas de hegemonía del Partido Autonomista Nacional (1874-1916). Aquella incipiente democracia moderna argentina fue un sueño breve, y en el 30, se perpetró el “Golpe” que terminó con el gobierno de Yrigoyen.
Pero el legado es claro: Pese a sus limitaciones, la ley Sáenz Peña hizo posible la transición de la dominación oligárquica a la democrática”.
En un nuevo aniversario de la sanción de la ley Sáenz Peña, este legado del pasado es un buen motivo para reflexionar sobre nuestro presente y futuro.
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