Desobedezco, luego existo
Por Lic. Luis Alberto Mamone
Director de Giocobbe & Asociados
Psicólogo
En los últimos tiempos tanto el Presidente de la Nación como el Ministro de Salud han puesto las expectativas y el foco de atención en los anuncios de vacunación y negociación de nuevas vacunas.
Todo esto enmascara y olvida la experiencia de recibir cotidianamente un número aún significativo de nuevos infectados y fallecidos por causa del Coronavirus.
El advenimiento del verano argentino expuso la falta de obediencia de la población a las medidas preventivas sanitarias relacionadas con el Covid-19. El comportamiento de la población, en jóvenes, fue calificado por parte de los funcionarios de irresponsabilidad, insensatez y en algunos casos hasta de procedimiento
La cuestión es que estos gobernantes se manifestaron indignados y amenazantes queriendo imponer medidas cada vez mas restrictivas de circulación y encuentro social. La respuesta de grandes sectores populares siguió siendo la misma. Desobediencia.
La curva de contagio depende de las decisiones y medidas que toman las autoridades por un lado y de cómo las personas nos comportamos frente a la pandemia y a las indicaciones sanitarias. Es decir, cuanto obedecemos o adherimos a las medidas establecidas. Nuestro rol como comunidad es vital en la evolución del contagio en nuestro país, y, por ende, de las consecuencias futuras.
Las fiestas clandestinas, los velatorios masivos y oficiales, las aglomeraciones comerciales navideñas, las múltiples formas para eludir el uso de tapa bocas, las manifestaciones callejeras tanto políticas como deportivas, los fervores celestes y verdes, la desaparición del distanciamiento social en el ámbito publico, se volvieron imágenes ejemplares en la memoria colectiva.
Las autoridades, sin reacciones positivas, solo tildaron de irracional la conducta social de estas poblaciones denunciando, con esto, que ellos mismos, no encuentran razones para comprender y penetrar en tales actuaciones.
Concebir por qué la gente no cumple las indicaciones de prevención de salud a pesar de las graves consecuencias que esto podría traer es fundamental para gobernar.
Hemos visto, lamentablemente, cómo los conceptos de pandemia y política se han imbricado de forma intensa e indisoluble. El episodio de salud ha pasado a ser un factor estructural de nuestro presente. Líderes y sociedades de todo el mundo han necesitado de todo su potencial para contener, en forma provisoria, los desbordes producidos por la pandemia.
En los inicios el gobierno argentino, con su presidente a la cabeza, encaro una política de prevención temprana que fue masivamente apoyada y elogiada.
Todo ello en un marco complejo e inesperado, en el que casi todas las respuestas se descubrirían si no insuficientes, por lo menos controversiales.
Todo parecía favorecer la configuración de un estado integrado acordando políticas de salud pública. La foto hablaba de la superación de la grieta en términos de batallar colectivamente contra un enemigo común e invisible.
Sin embargo, las medidas de confinamiento, recibidas inicialmente con amplia aceptación, perdieron con su prolongación muchas de sus virtudes y le adosaron enormes dificultades.
La cuarentena, que estaba en el centro de la estrategia de prevención, se reveló insostenible. Su tensión con la economía, su imposibilidad de cumplimiento en sectores suburbanos, su estrés claustrofóbico y el anhelo de vínculo afectivo y familiar, entre otros motivos la volvieron inviable para gran parte de a población. Las consecuencias negativas se hicieron manifiestas prontamente.
El conflicto político y social volvió cuando el viento cruzado de los poderes intentó llevar las aguas para cada molino propio, dando la espalda a las prioridades ciudadanas. Todo quedó atado nuevamente a la consabida grieta, esta volvió a ocupar ruidosamente las calles.
Pero si algo es evidente es que la famosa pandemia opera como caja de resonancia de las conflictividades no resueltas. Es por eso que hoy la pregun a sigue en pie. ¿Por qué, a pesar de que todo el mundo conoce los riesgos del virus, tanto la cuarentena, el distanciamiento y las medidas de protección no se cumplen como se espera?
Intentar discernir el tema requiere enfrentar una alta complejidad relacionada con el comportamiento humano y social. Pero a la luz de los acontecimientos, intuimos que el concepto de «Autoridad» tiene una centralidad irrefutable.
Antes que nada, para meternos en tema, necesitamos diferenciar dos tipos de autoridad.
Por un lado precisamos definir lo que llamamos autoridad formal. Ella se delega y por lo tanto es posible destituirla o lesionarla si deja de ser virtuosa o pierde su sentido.
Este prototipo de autoridad nos dice que tenemos que hacer simplemente porque la persona que la expone tiene en cierta forma algún derecho para controlarnos. Se trata de una autoridad práctica. Reclama el control de nuestras decisiones sobre que hacer y como actuar.
Esta autoridad está respaldada siempre por una amenaza real o implícita dentro de un contrato social variable. Las amenazas son necesarias en caso de que no hagamos lo que nos dicen, especialmente porque con frecuencia nos dicen que hagamos cosas que están o en contra de nuestros intereses o que simplemen e no queremos hacer. Aunque la amenaza de castigo quiza no sea estrictamente necesaria para todas las formas de este tipo de autoridad aparece siempre para garantizarla.
Un ejemplo de lo anterior es la autoridad que sustenta un agente policial ordenando el tránsito. Otro ejemplo de autoridad formal es aquella que asume el presidente de la nación cuando es designado para tal función. También resulta claramente perceptible si nos referimos a las autoridades laborales. Donde se supone que hacemos lo que el jefe ordena porque el jefe es quien lo dice o de otra manera nos despedirían.
La autoridad práctica se justifica cuando hace sentir a las personas que teóricamente es mejor obedecer lo ya establecido a hacer lo que mejor nos parezca. En otras palabras, la autoridad práctica se justifica cuando nos va mejor al escucharla y evitamos experimentar ciertas conductas que alterarían la convivencia y el orden general.
La otra autoridad es aquella que se construye con el conocimiento y el saber. Es lo que podemos denominar autoridad acreditada. Es aquella que se instituye a partir del éxito.
Un padre tiene autoridad formal solamente por figurar en un documento de identidad Pero tiene la posibilidad de construir autoridad propia cuando puede comprender y dar respuestas adecuadas a las necesidades de crecimiento y desarrollo humano de su hijo. Identificar y resolver problemas le permite construir valor de autoridad.
Se dice que un médico es una «autoridad en la materia» cuando ha acreditado éxito sobrado en su profesión. Se trata siempre de un experto. Lo cual predispone siempre a la creencia y a la confianza.
La diferencia fundamental entre una autoridad y otra es que la autoridad formal puede lesionarse o perderse drásticamente. La otra no.
Cuando el primer mandatario Alberto Fernández asume la voz fundamental de las medidas indispensables de cuidado preventivo y al mismo tiempo transgrede las normas impuestas su autoridad comienza a diezmarse.
Su abrazo y cercanía, sin barbijo protector, al ex presidente Evo Morales le resta autoridad a sus palabras y a sí mismo. Cuando organiza y ejecuta una reunión amplia de tono político familiar y abre la memorable foto con Hugo Moyano, donde ambas familias posan sin barbijos malgasta autoridad. Cuando avala un velatorio multitudinario e impactante en plena casa de gobierno, mostrándose ineficaz con un megáfono en mano solicitando tranquilidad, su autoridad se desmorona. Cuando menciona que no existe la cuarentena que el mismo decretó sigue perdiendo autoridad. Cuando apunta a los jovenes y sanitarias y la necesidad o posibilidad de transgredirlas, superarlas o cuestionarlas. Como parte de esa gestión se encuentra prioritariamente resolver los apremios económicos.
La adhesión a un proyecto colectivo de sanidad tiene límites en gandes segmentos de la población. Tanto las necesidades económicas como de salud mental generan demandas delicadas y sensibles. Esto sentimientos muchas veces son desconocidos o minimizados por el Estado.
En marzo pasado la sociedad no tenía experiencia cierta y por lo tanto tendía a seguir las razones e indicaciones que las autoridades políticas, apoyadas en el conocimiento que los expertos, les proveían. Pero a medida que el tiempo pasa la sociedad va teniendo sus experiencias de vida que plasman un mapa propio del conflicto.
La sociedad se apropia de la cuarentena desde la experienc.a, y ajusta su comportamiento al comportamiento que imagina del virus. Configura ilusoriamente sus zonas de peligro y sus zonas de protección. Sus temores y sus seguridades que poco pueden tener que ver con la realidad. En función de es o hacen utilizaciones inesperadas de las normas.
Durante las epidemias las personas imitan las conductas de otros. Los estudios muestran que las respuestas conductuales de las personas dependen en gran medida de la diversidad de conductas que observan en su ambiente. Es decir, cuando muchas personas incumplen medidas, se aglutinan o no usan mascarillas hay más posibilidades de que otras repitan la conducta.
La percepción del riesgo influye en las conductas de autoprotección. La percepción de riesgo es la evaluación que las personas hacen sobre los riesgos de un comportamiento o situación. Por ejemplo, pensar que solo un segmento de la población está en alto riesgo, aumenta la exposición de ciertos grupos. Esta percepción está muy relacionada al acceso a información clara y uniforme, pero también depende de qué tan validado es quien transmite la información.
La estadística por mano propia y la relativización de la información oficial poco poco se hace presente. Se alimenta la creencia enganosa acerca del contagio y la gravedad de la enfermedad. Todo el mundo conoce o dice conocer casos en los que los cuidados o descuidos no concuerdan con lo que anuncia la información oficial. La política le habló a una sociedad que familiarizo conceptos epidemiológicos y los hizo propios, y a menudo los recicló y les d.o otra operatividad. Las experiencias de la sociedad no pueden ser desconocidas, rechazadas ni negadas. Deben ser comprendidas.
Tal vez la interrogación debería ser otra para construir fecundidad de pensamiento: ¿Por qué estas poblaciones habrían de obedecer? ¿Y a quien? ¿Cuál es la autoridad y el ejemplo a seguir? ¿Cuál es la razón y el sentido de imponer condiciones imposibles de cumplir? En estas condiciones de autoridad desacreditada no somos reconocidos ni distinguidos. Y esto fastidia Y el fastidio, aun sin foco preciso, lleva a la rebeldía. Y la rebeldía siempre busca entidad. Por lo tanto desobedezco, luego existo.
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