Dilema o Problema
El año 2021 se había engendrado como un año de ilusión y expectación. Se dejaba atrás un período duro de crisis sanitaria, económica y social. La ciudadanía estresada encontraba a cuentagotas la autonomía vital que había perdido. Los límites claustrofóbicos se iban dilatando y el oxigeno social y familiar aliviaba muchos penares acumulados.
El nuevo año traería dos elementos que significarían peldaños básicos para la recuperación. Las vacunas prometidas y la recuperación económica. Sin embargo, el año de la esperanza, anunciaría a corto plazo que ambas tramitaciones no serían fáciles ni certeras.
La segunda ola con sus nuevas mutaciones, junto a la amenaza de cuarentena fase uno, pusieron a la opinión pública en estado de alerta y mal humor.
No hace falta recordar que se trata de un año electoral. Ciertamente son elecciones de medio término. Pero en Argentina una elección es siempre otra cosa. Y sobre todo cuando la grieta se encuentra en estado de ebullición, sin respetar por ejemplo, los espacios de necesarios consensos como el plan de vacunación generacional.
En este estado de situación, una vez más hemos solicitado a nuestros encuestados, a lo largo de Argentina, que definan con una palabra a Cristina Fernández de Kirchner y a Mauricio Macri. Figuras emblemáticas de polarización.
Los resultados obtenidos constituyen un gráfico elocuente de la situación política argentina en un contexto perturbado por sus circunstancias pre¬electorales y pandémicas.
Haciendo foco en la vicepresidenta la palabra insignia que ha surgido por amplia mayoría es “Corrupta” escoltada en ligera proximidad por las palabras “Ladrona” y “Chorra”. Estos tres términos, reunieron en total, un poco más de la mitad de los votos.
En signo contrario la palabra que emerge favorablemente es “Líder” en guarismos totalmente inferiores a las definiciones negativas.
Al ex presidente de la nación, por otro lado, no le fue mucho mejor. La palabra mayoritaria que lo define es “Inútil”. Y en connotación positiva la palabra que surge en mayor número es “Honesto”, siendo en la negativa la palabra escolta “Ladrón”.
Puesto en estos términos la famosa grieta estaría representada de un lado por una “Líder corrupta, ladrona y chorra” y del otro por un “Inútil honesto y ladrón”.
En estas condiciones, qué duda cabe, la polarización se estaría sustentando
gracias al intenso rechazo por el adversario (¿enemigo?), antes que por la adhesión que motiva el elegido para regir los destinos de los argentinos.
Kirchnerismo y Macrismo tienen en común el haberse constituido como los pilares de la representación ciudadana luego del acontecimiento que marcó un antes y un después en nuestra historia reciente: la crisis de 2001. A estas alturas, se puede decir que cada uno se ha convertido inexorablemente en el sostén del otro.
La confrontación ha funcionado como nutriente que otorga sentido a la propia fuerza, y permite concentrar las determinaciones en la cima de la cadena de mando para neutralizar las presiones de los múltiples factores de poder. Esto ha facilitado los modos discursivos y simbólicos por sobre las actuaciones políticas, económicas y sociales.
Parecería que esta disputa se encuentra saturada y caduca frente a la profundidad del drama actual.
¿Acaso nos estamos preparando para vivir el último capítulo de la polarización que organizó al sistema político argentino en lo que va del siglo veintiuno?
En esta dinámica el comicio que se avecina será decisivo no tanto por sus resultados sino por el nuevo tiempo que promocione. Cuesta animarse a levantar el mentón y a avizorar el día después de las elecciones de medio término.
En términos partidarios y emblemáticos, los que ganen ganarán poco y los que pierdan perderán mucho.
¿Cómo se reconfigurará el sistema político cuando se apague uno de los vértices que animaron la polarización?
Muchos quedarán seriamente lesionados o definitivamente fuera de competencia. Otros miraran a sus costados presumiendo que no ha pasado nada importante. Seguramente se abrirán procesos de profundo replanteo en las respectivas filas con el objetivo de buscar nuevos liderazgos e identidades y así evitar una disgregación mayúscula. Esta metamorfosis es inevitable porque quienes vienen atrás seguramente desplegarán su propia voluntad de poder. Así es esto.
Sabemos que no ganará quien enamore y genere esperanzas, sino que perderá aquel que concentre la bronca y las frustraciones de las mayorías. Estas son las reglas del juego.
El panorama es nada alentador, por lo intenso y por lo complejo. El COVID 19 puso al planeta de patitas para arriba. No sirvieron los sistemas, las inteligencias, ni el poder económico y político para frenar su poder destructor. Cabalgamos tristemente sobre las consecuencias de tierras arrasadas. Los números son elocuentes por sobre la anestesia que significa contar pérdidas humanas y materiales a granel.
Seamos sinceros. Nos encontramos sumidos en una formidable crisis económica sin horizonte de salida, con un contexto internacional pantanoso que se deteriora a cada instante, atrapados en un torbellino social de pasiones donde prima el desaliento y crece la bronca, cuesta imaginar de dónde saldrán los recursos simbólicos y materiales para construir un liderazgo esperanzador.
La situación es demasiado compleja para simplemente adherir a la opción “Corrupta” o “Inútil”. Se necesita un nuevo escenario y una nueva disposición en el tablero de la “realidad” nacional.
Llega el momento en que los ciudadanos deben definir los cambios cualitativos. Deben encontrar nuevos modos que superen las estructuras caducas reinantes. Ellos construyen su opinión. Pero ahora llega el momento de la verdad.
¿Los ciudadanos votan igual a como opinan? ¿El acto de votar es una clara expresión conductual de la opinión? ¿Cómo se traducen las opiniones en votos? Si bien estas preguntas tienen múltiples respuestas y consideraciones, es oportuno destacar que mucho dependerá de la interpretación que la opinión pública formule frente a la opción y sus paradojas.
Si la opinión pública considera que el antagonismo Cristina – Macri es un dilema esto no tendrá solución posible. Los dilemas no tienen resolución. Se incrementará el odio a fin de eliminar el polo antagónico. Pues se trata de dos proposiciones contrarias que conducen a un mismo fin con diferentes signos.
Como dicen los centroamericanos: “Si te corres te mato y si te quedas te tiro”.
Si el planteo se expresa en términos de conflicto y de problema entraríamos entrando en una fase superadora. Tendríamos que resolver la disyuntiva con creatividad, desprejuicio, valentía y con la suma de inteligencias posibles. Allí nacerían las posibilidades políticas de acuerdo. Un problema siempre tiene elementos de resolución más allá de sus dificultades e impedimentos. Se necesitan nuevas herramientas y la buena voluntad de aquellos que las instrumenten.
Resolver problemas construye autoridad. Esa autoridad nace de la confianza que otorgue su público. Nuestro tiempo no es un tiempo de confianza y construcción de autoridad. Diríamos todo lo contrario.
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