Las democracias y las oposiciones
Sin duda una de las características más significativas de la democracia, es el juego de las fuerzas políticas, conjugadas en oficialismo y oposición.
También es cierto que en el sistema democrático ambos gobiernan: oficialismo y oposición, cada uno con sus roles prefijados y sus responsabilidades, el oficialismo, no siempre mayoría, planifica y ejecuta y la oposición controla y critica, ambas cosas en lo más puro de la semántica de los términos.
También es papel de ambos el debate, tanto en los ámbitos parlamentarios como en cada uno de los escenarios en que se puedan dar, cada uno con sus responsabilidades, ya que el oficialismo deberá a la postre ejecutar y hacerse dueño de la determinación de gobierno y la oposición podrá hasta aportar lo imposible en la función de que no deberá poner en práctica nada.
A la hora de los equilibrios, estos juegan un papel básico, por lo señalado anteriormente de que el oficialismo no siempre es mayoría y entonces la oposición en su suma pasará a ser numéricamente más y con ello jugando un rol no tan liviano.
En contrapartida y esto sucede en los últimos tiempos en muchos estamentos, las mayorías oficialistas son tan abrumadoras que las oposiciones casi han desaparecido y no tiene gravitación en las decisiones.
En estos casos es cuando se llega a entender la necesidad de que el juego se de entre ambas fracciones, no solo por los controles que significan contrarios al gobierno, sino porque en esa oposición crítica, está el rebote necesario que debe tener un gobernante de sus actos.
La oposición no siempre es para debatir y tenerlo como el contrincante a ganar, la mayoría de las veces, en la soledad y el análisis interno del gobernante, sirve para medir ideas, tener otras campanas para estudiar y saber sacar lo bueno y aplicarlo a lo suyo para mejorar lo propio.
Nunca la corte oficialista ha servido para mejorar, en la mayoría de los casos solo cumplen tareas aduladoras y aprobatorias sin más de lo propuesto por el jefe y eso no sirve, no aclara ni favorece. La tarea de la oposición, aunque no reconocida públicamente en las democracias como la nuestra, donde aceptar al contrincante parecería una muestra de debilidad y fracaso, es la de dar rebote a las acciones de gobierno, la de plasmar posturas que servirán para que el gobernante sin anunciarlo, puedan ayudarse en su tarea e ideas.
No hay democracia sin oposición, eso es malo para los pueblos que esperan de sus gobiernos mucho más de lo que hoy tienen.
No se puede concebir que democracias con el apoyo casi irrestricta de mayorías abrumadoras, solo sirvan para estar cada vez peor, donde aisladas minorías braman sus propuestas sin que nadie, por ser una mayoría poderosa, escucha como si esto fuera una pulseada entre dioses y demonios sin medida y sin control.
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