Capitalismo o socialismo
Ante un diluvio, ante un temporal, unos nos resguardábamos en yates, otros en lanchas o canoas y los del estrato social más bajo… tratando de sobrevivir con todas sus fuerzas, naufragando en balsas.
Es una realidad donde la igualdad no funciona, el modelo económico debe regirse por la equidad. Pero obviamente eso nunca sucederá.
El que tiene dinero, quiere más… La palabra empatía nunca existirá en su léxico.
Así que todo lo que queda es dejar que nuestras uñas crezcan lo suficiente como para rascarnos si sentimos comezón. Ni el socialismo ni el capitalismo es un ideal ejemplar contra la pobreza, se ha demostrado.
Hoy se practica una especie de ideología; «feudalismo moderno», donde la clase obrera es esclava del trabajo. Es decir, vasallos y señores.
La clase obrera, la gran mayoría, se pone al servicio de un señor feudal, llámese empresario. Da una migaja de las ganancias a sus vasallos a cambio de ciertos servicios.
En la actualidad, los únicos socialistas que han quedado son los socialistas de limusina. Capitalistas disfrazados de proletarios.
Personas, que supuestamente no cuentan con medios de producción propios y venden su fuerza de trabajo a cambio de un sueldo o salario. Irónicamente estos socialistas, tienen una vida capitalista; se quejan del ideal capitalista y son parte de ese rol económico; con buenas casas, carros y son dueños de empresas. Viajan a Europa o países de todo el mundo.
Por dignidad deberían quemar o romper la VISA americana, o no visitar la casa de su eterno rival capitalista contra el que tanto odio inundaron, país que hoy toman como su patria, EE.UU.
Culturalmente, la información a la que estamos sometidos y bombardeados día a día por los medios de comunicación, por los grandes líderes, es una cultura que crea «consumidores no productores».
Por lo tanto, el empleado nunca deja de ser un proletario. Gasta su salario para vivir emulando la vida de un feudal. Imitar a esa persona que intenta un día ser igual; y ser socialista de firme ideología “hueso colorado”. Ese día pierde el sentido común para disfrutar de los privilegios y comodidades que proporciona una vida de riqueza.
Es como el dirigente sindical que se vende, cuando debería tener una postura firme por el bien del sindicato. Pero… el dinero corrompe la integridad.
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