It’s only blues
El blues, no solo salva, sino que siempre regresa.
Leonardo Luna Montenegro
Sabido es que la oferta musical cotidiana deja bastante que desear. Aquella música que suena en medios masivos de comunicación, en locales comerciales, en la vía pública, o en las sorpresivas publicidades musicales de youtube y otras plataformas de libre acceso al oyente / melómano suelen ser una tortura para los oídos, salvo casos excepcionales.
Este panorama ha sucedido antes, con otros estilos, en otras épocas, en otras geografías, nada nuevo bajo el sol.
Actualmente, el libre acceso a la información digital sobre el amplio mundo de la música, sus autores e intérpretes, por ej., nos deja frente a un panorama inabarcable, solo limitado por nuestros gustos personales, y a la que es posible acceder mediante un smartphone en el acto y en cualquier lugar, lo cual nos ha llevado a niveles superiores de acceso a productos musicales. Ahora bien, esa información se encuentra disponible habitualmente en categorías, en estilos o ritmos de música: melódico, romántico, heavy metal, rock, jazz, folk, indie, new wave, punk.
¿Existirá en estas tierras del sur algún bar con rockola que incluya categorías como blues, rhythm and blues, jazz, zydeco, ragtime, hip hop, rap, gangsta rap, East coast / West coast rap, en fin, música negra?.
Cuanto más conocemos datos históricos de una pieza musical, de su autor, incluso de los instrumentos utilizados, más nos adentramos en las profundidades de la composición, en el real significado de aquello que nos llega al espíritu través de nuestros oídos.
Pero ¿cuanto conocemos de Robert Johnson, de Muddy Waters, de John Lee Hooker y tantos grandes del estilo Blues o de algunos de sus ritmos derivados?
Es hora de adentrarnos en las profundidades de la música blues.
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El blues suele mantenerse un poco fuera de las grandes luces del show business, salvo en ciertos espacios y durante ciertas épocas, por fuera de las modas musicales, de los grandes contratos o de los grandes sellos discográficos, por diversos motivos, aunque suponemos que las exigencias de la llamada “industria musical” ( managers, DJ’s , productores, radios) algo tendrán que ver.
En 1981 se lanzo al aire el canal MTV, novedosa transmisión de 24 hs. ininterrumpidas de videos musicales. En 1983 durante una entrevista, David Bowie recrimino al DJ de MTV la falta de artistas negros en la programación, siendo que durante los ’80 la música negra gozaba de grandes artistas como Marvin Gaye, Prince, Michael Jackson o Miles Davis; por supuesto hubo excusas del DJ, desde la política inicial de la compañía que iría evolucionando, hasta cuestiones de horarios, ya que a los artistas negros les dejaban el horario de 2.30 am a 6 am., periodo donde la audiencia era escasa.
Suponemos que mucho se ha escrito ya sobre Elvis y su pelvis, de la pasión y el redescubrimiento de la música Blues en las Islas Británicas a través de los Beatles o los Rolling Stones, Eric Clapton o Gary Moore; pero un ejemplo siempre citado, y con justicia, es el origen del nombre de la gran banda de Cambridge (UK) llamada Pink Floyd, nombre aportado por Syd Barret, quien tenía una discoteca con variada música de origen afro-americano (rock, funk, y por supuesto, blues) por lo que sugirió este homenaje a los músicos de blues Pinkney Anderson (Carolina del Sur, EEUU, 1900 – 1974) y Floyd Council (Carolina del Norte, EEUU, 1911-1975).
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El estado sureño de Mississipi, tierras de campos de algodón, es considerado cuna y origen del blues, con su correspondiente Museo Delta Blues en Clarksdale y su obligatorio Festival. Los paisajes de esa zona nos recuerdan historias, letras y ritmos que a través del tiempo, dieron forma a un estilo musical único, originado en los ritmos afroamericanos que impusieron los esclavos negros traídos desde África.
Recuerdo un evento en Buenos Aires organizado para ayudar y apoyar a un grupo de ancianos negros de EEUU, músicos de blues retirados o jubilados, traídos por algunos voluntarios amantes de la música que decidieron hace una gira con ellos presentes para mostrarlos al mundo y recaudar fondos; el músico argentino involucrado en esta actividad solidaria era Miguel Vilanova, conocido también como Botafogo, gran guitarra de nuestro blues local.
Estos afro-americanos fueron músicos en el pasado, interpretes del autentico y original blues de los Estados Unidos, son el legado vivo de una cultura, un ritmo y unas letras cuyas raíces se remontan a la historia misma de la esclavitud en Norteamérica.
Por lo que recuerdo de boca de los organizadores de aquel evento, muchos de esos ancianos tuvieron sus carreras en el estilo blues durante décadas, algunos desconocidos, otros con relativo éxito; pero el tiempo transcurre para todos, y muchos de ellos llegaron a la ancianidad, esa inexorable última etapa de la vida, en no muy buenas condiciones, problemas de salud, problemas económicos, falta de familia directa que los asista, viviendo en hogares de ancianos o requiriendo ayuda social de los gobiernos.
En el festival Crossroads 2010 se lo vio al gran Hubert Sumlin de jóvenes 80 años (1931 – 2011) tocando su Fender, junto Robert Cray y Jimmy Vaughan, sentado y con asistencia de oxigeno, con sus clásicos zapatos blancos y negros, aun pulsando las cuerdas sin púa, al mejor estilo tradicional de los guitarristas del blues negro y profundo.
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La realidad de cientos de miles de músicos negros de ritmos de raíces afroamericanas (hip-hop, rap, jazz), está ligada indiscutiblemente a la idiosincrasia y características de la población dominante blanca de los Estados Unidos a través de sus historia, y cuyo punto de quiebre fue la Guerra Civil o Guerra de Secesión (1861) uno de cuyos resultados fue la abolición de la esclavitud en 1865 mediante enmienda constitucional.
De acuerdo a sus orígenes históricos, los bluesman, de actividad preponderantemente itinerante, han sido relacionados con la pobreza, la marginalidad, la esclavitud, la discriminación racial, la explotación laboral, los lugares de mala muerte de humo, alcohol y drogas, incluyendo una cuota de delitos y un tiempo de cárcel que le suma dramatismo a historias que luego se verán reflejadas en letras y en el modo de cantar. Prisiones como Angola (Luisiana) o la granja penitenciaria Parchman (Mississippi) tuvieron la misma importancia en el desarrollo de blues como la plantación Dockery en el Delta o los clubs de Beale Street de Memphis. Grandes artistas como Miles Davis estuvieron tras las rejas por ser negro.
Nina Simone, heroína de los Derechos Civiles, escribió indignada la canción “Mississippi Goddam” (Maldito seas Mississippi) tras varios asesinatos de negros a manos de blancos: …”Alabama me ha molestado tanto, Tennessee me hizo perder el descanso y todo el mundo sabe sobre el maldito Mississippi”.
Pat Hare, salvaje guitarrista amado por Keith Richards, murió en prisión tras pasar 15 años por asesinar a su pareja y a un policía que fue a detenerlo. Hare tenía un estilo agresivo en la guitarra, introdujo la distorsión y parte de su técnica de los años ’50 pasó a formar parte de la futura estructura del Heavy Metal.
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La imagen por todos conocida de Robert Johnson (1911-1938) con su traje barato, su cigarrillo armado y su guitarra gastada y vieja aun resuena en los acordes de Keith Richards o Eric Clapton, como así también en los coros gospel de Aretha Franklin, en los bailes frenéticos de Tina Turner, en los pasos y gritos del monumental James Brown y sus ahijados de baile, Prince y Michael Jackson.
Evolutivamente, el estilo blues fue, en sus comienzos, solo música vocal o negro spirituals, podría decirse que eran cantos de trabajo, a capella, acompañando las duras tareas cotidianas para aliviar un poco lo terrible de la esclavitud y las exigencias de los amos blancos. La imagen clásica que tenemos es la de negros trabajando en los campos de algodón, cantando una frase (“Oh Lord, please save me ..”) repetido varias veces, de allí, la estructura musical básica, toma forma de dialogo – pregunta / respuesta y un patrón repetitivo.
En este punto conviene recordar ciertas características del sistema esclavista europeo: el origen de los esclavos era África Occidental subsahariana, capturados o comprados en tierras interiores eran conducidos a las costas africanas occidentales, se los trasladaba en barcos europeos hasta las costa orientales de América en un viaje de varios meses, sorteando todo tipo de situaciones (temporales, enfermedades, hambre y sed, piratas), una vez desembarcados en tierra americana se los vendía a patrones o intermediarios, cada comprador se llevaba sus esclavos hasta el lugar de trabajo y los usaba como mano de obra esclava, por ejemplo, en grandes plantaciones de algodón, en tareas domesticas, en la construcción de nuevos trazados de ferrocarriles.
En 1518 la Corona Española dio la primera licencia para traer 4000 africanos para poblar Florida y las Carolinas en Norteamérica.
El tráfico de esclavos se estima, entre los Siglos XVI al XIX, en 12 millones de africanos.
La película Dyango Unchained de Quentin Tarantino es bastante realista en este punto ya que nos muestra como se vivían esos tiempos y como fueron interactuando (o no) blancos y negros en Estados Unidos; en la cena donde Di Caprio expone su teoría sobre el cráneo de su esclavo Ben y “la frenología”, pregunta Di Caprio “¿los negros, porque no nos matan?”.
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Imprescindible recordar también la influencia de las creencias religiosas que fueron adoptando en suelo americano hasta encontrar en las Iglesias un poco de consuelo para sus pesares, entonando cantos de alabanzas y de donde han salido grandes cantantes y músicos, además del estilo vocal de coros religioso llamado góspel.
La escena de la película Blues Brothers donde Belushi y Aykroyd ingresan a una iglesia es bastante ilustrativa de lo que se vive y respira allí dentro, el sonido clásico de un órgano de fondo, un coro vocalmente poderoso, los feligreses, todos negros, vestidos formalmente, un Ministro de la Fe ante el micrófono anuncia a un reverendo interpretado por “The Godfather of soul”, “Mr. Dinamite”, James Brown, quien arenga las almas presentes al éxtasis del encuentro con Dios y cuya celebración toma forma de canto, baile y ritmo negro, dejando el espíritu liberado y el cuerpo sanado por la gracia de Nuestro Señor quien los ha liberado de sus cadenas terrenales para ofrecer la magia de la música afroamericana al mundo.
Inevitable aquí nombrar a Emily “Cissy” Houston, que de ministra de música en una iglesia baptista devino en corista de Elvis Presley y de Aretha Franklin, y que fuera madre de (me pongo de pie) la inigualable Whitney Houston,
También de una iglesia metodista de Carolina del Norte surgió la incomparable Nina Simone.
De una de esas iglesias surgió el prodigioso Billy Preston (1946-2006), llamado “el Quinto Beatle” y “el sexto Rolling Stones”, descubiertas sus dotes a los 7 años por el Director musical de la Iglesia, ya a los 15 años dirigía el coro; un poco más adelante en el tiempo (1962), y mientras Preston era telonero en Hamburgo de “El arquitecto del rock” Little Richards (1932 – 2020), conoció a unos jóvenes The Beatles, con quienes luego se sentaría al órgano en la terraza de un edificio en la filmación de “Don’t let me down” dándole a la canción ese colchón tipo Hammond, sonido característico de música de iglesias – se lo puede apreciar mas en acción, desplegando su peinado afro, con los Rolling Stones en “That’s life”-.
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El paso del original Delta Blues o Blues Rural, para los que se utilizaban instrumentos de los que podían disponer músicos pobres (una guitarra acústica, una armónica, una tabla de madera para lavar ropa o cucharas), a otro tipo de locales de música en vivo o festivales de música masivos, fue posible gracias a la electricidad, siendo Chicago la cuna del Blues Eléctrico. Los músicos disponían de amplificadores, micrófonos y más volumen de sonido; un instrumento pequeñito, de mano, la armónica, cobraba mayor notoriedad al poder aumentar su volumen y lograr ciertos efectos de sonido. Además del Chicago Style o electric blues, surgen subgéneros como el Texas Blues, el Memphis Blues y el festivo y bailable Zydeco, herencia de la cultura cajun proveniente de canadienses franceses expulsados y ubicados al sur de Luisiana.
A mediados del Siglo XX, jóvenes blancos, algunos de ellos nacidos en las mismas zonas donde se desarrollaba y se ejecutaba el estilo Blues, comenzaron a acercarse a estos ritmos hasta asimilarlos y llevarlos al gran público. Grandes artistas como Elvis Aaron Presley (1935 – 1977), nombrado “The King of Rock and roll”, Jerry Lee Lewis (1935) apodado “The Killer”, ambos músicos del famoso sello SUN RECORDS de Sam Phillips, de Memphis (Tennessee), junto a Jhonny Cash y Carl Perkins.
Junto a una creciente difusión radial y presentaciones en vivo en una incipiente televisión de entretenimiento con números musicales en vivo, solo era cuestión de tiempo para que la gran bomba a presión del Estilo Blues esparciera sus esquirlas a todos los rincones del planeta, a veces de la mano de músicos blancos que transcurrían su niñez y adolescencia escuchando a Elvis en la radio de sus padres, y que luego, ya músicos consagrados, rendirían tributo a quienes les sirvieron de inspiración musical.
Jóvenes blancos ávidos de música encontraban una lista interminable de autenticas leyendas del blues americano: Blind Boy Fuller, Sonny Terry, Sonny Boy Wiliamson, Lonnie Johnson, T-Bone Walker, Willie Dixon, Clarence “Gatemouth” Brown, como así también históricas voces femeninas como Mammi Smith (circa 1900), “La emperatriz del blues” Bessie Smith (1894 – 1937), Alberta Hunter, y más contemporáneas, la gran Koko Taylor, entre otras.
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En otras partes del planeta y más al sur, en Argentina, a fines de los ’60, un grupo llamado MANAL compone un blues cantado en español, dando así un primer paso para el surgimiento del blues criollo y la posterior llegada de Pappo’s Blues, Memphis La blusera y La Misssissippi Blues Band.
Como punto culminante del género en estas tierras gardelianas, en 1993, el grandioso B.B. King invita a un tal Norberto Napolitano o “Mr. Cheeseman” (tal el apodo que le puso el mismo BB al recibir de regalo una horma de queso), a compartir escenario en el, nada más ni nada menos, Madison Square Garden de New York, presentándolo como “el mejor guitarrista de blues de Sudamérica”. Esa noche estaban invitados, entre otros, los grandes Buddy Guy y Koko Taylor.
Y esa noche hubo fiesta en el club de blues local, sentados en una mesa, con amigos de verdad.
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Como argentino nacido en estas tierras del Sur, el paso de la niñez a la adolescencia supone un mundo (o varios) por descubrir. El mundo de los insultos es uno de ellos y, quizás, el que siempre despertó mi intriga fue el de “ negro de m…..a”, como así también sus derivados “hacen cosas de negros” o “ eso es una negrada”, frente a los cuales siempre recordaba mi primer encuentro con el blues.
Tendría unos 14 o 15 años (las canas, los lentes sucios y el whisky me impiden recordarlo con exactitud temporal) cuando casualmente leo una clásica historia de blues donde el músico, ya sin dinero ni éxito, decide terminar con su vida, y en ese preciso instante, se le aparece, de la nada, un hombre desconocido, muy bien vestido, raro en zonas rurales sureñas norteamericanas, con la propuesta de que, si firma un papel, tendría el éxito asegurado. El bluesman firma, pensando que es un contrato para trabajar. Era analfabeto.
A esta altura recordaremos la película “Crossroads” y la consabida historia del pacto con el Diablo, donde el éxito, al fin, le llega al músico, pero después de su propia muerte. Efectivamente ha entregado su alma al Nefasto, y eso, para gente creyente como lo es la comunidad negra, es terrible.
La canción de Robert Johnson homónima dice:
“Fui al cruce de caminos y me arrodille,
le hable al Señor de arriba:
ten piedad, salva al pobre Bob, por favor,
nadie parece conocerme,
todos pasan sin mirarme “…
Ultimo compás
Si esto es considerado una “negrada”, pues, en mi casa me decían “negro”, a mi padre algunos lo recuerdan como el negro Luna, mis amigas cariñosamente me decían “negrito”, por tanto, sería un orgullo personal auto percibirme “negro” (concepto de moda política), intentaré tocar el blues, y esperare, al igual que el pobre Bob, a que me toque mi propio Diablo personal para que me facilite el éxito, eso sí, todo debidamente registrado en SADAIC como manda la ley y el mercado de la música en Argentina.
Y, visto que ya no estaré en este mundo terrenal para disfrutarlo, solo diré, al igual que Muddy Waters: “ I got my mojo working” para toda la eternidad.
GOD SAVE THE BLUES
AND THE BLUES, SAVES ME.
Caleta Olivia – Santa Cruz
Patagonia Argentina
(2022)
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