La tradición de los Presidentes cobardes
Cobarde es la palabra que define a quien carece de coraje. No confundir con miedoso, o incluso con irresoluto; cobardía es simple y claramente la ausencia de valor. “Valor” usado tanto como adjetivo y sustantivo.
En la larga lista de ciudadanos que asumieron la presidencia de Argentina, tal vez sea Fernando de la Rúa a quien se vincule, más que a cualquiera, con la palabra cobarde. No obstante, este mote descriptivo, quizá sea asociado a él por el contexto y por la obvia razón de haber “huido” en un helicóptero, dejando un gobierno acéfalo en plena crisis social y económica en el inicio de este siglo. Pero no debiera confundirse cobardía con miedo o debilidad.
A lo largo de los últimos 50 años la cobardía fue un rasgo que distinguió a quienes asumieron como jefes del Ejecutivo argentino; casi sin excepción.
Los hubo abogados, militares, ingenieros; de facto, reelectos, interinos y hasta “suplentes”; pero esa carencia de virtud a los fines de tomar decisiones los emparenta a todos.
Esta condición no tiene relación con debilidades o carencia de “poder”; muchos de ellos tuvieron literalmente la “suma del poder” y otros dominaron los tres Poderes a su antojo incluso por sobre las leyes vigentes; no obstante, lo hicieron cobardemente.
Llegando al Poder por la traición y la fuerza, o alcanzando el Sillón de Rivadavia mediante el engaño (quien sabe si también por el fraude), ninguno de ellos rompió con la tradición de los Presidentes cobardes.
Insisto en que la cobardía, el temor o miedo no son equivalentes. Son otros elementos que componen la personalidad de los cobardes, entre ellas la “astucia” como bien describe Nietzsche: Los cobardes son astutos y propensos a la traición.
“Si decía lo que iba a hacer, no me votaban”, es la frase atribuida a Carlos Menem. Y aunque se duda sobre su autoría, solo hace falta ver lo que prometió en campaña y el perfil de su gobierno para dar por hecho que, si bien no lo dijo, lo pensó.
La debilidad de origen tampoco es necesaria para asumir que la cobardía es un sucedáneo a la prudencia.
Néstor Carlos Kirchner, quien asumió con solo el 22 %, llevó su gobierno disciplinando a la “corporación política” y haciendo de la bravuconería un estilo.
Pero en el camino traicionó a su mentor Eduardo Duhalde, acusándolo incluso de ser jefe de una mafia; tal vez la misma que le facilitó el espacio para que él llegara a gobernar.
Pero entre Menem y Kirchner hubo otros cinco Presidentes en el lapso de una semana. Promediando un día de mandato al menos cuatro; antes de salir eyectados de la Casa Rosada.
La saga de los cobardes
Un 21 de diciembre de 2001, al momento en el cual De La Rúa – el arquetipo del cobarde – abandonaba la Casa de Gobierno, el Congreso de la Nación elegía como Presidente provisional al titular del Senado, Ramón Puerta.
Seguidamente, el Peronismo, el partido que luego se comprobó (confesado por sus protagonistas) que “cobardemente” fogoneó las revueltas, propuso al por entonces gobernador de San Luis, Adolfo Rodríguez Saá, mientras se convocaba a elecciones anticipadas para el 3 de marzo.
También prototipo del “bravucón”; estilo que acuñan los gobernadores del interior como “reyezuelos” de provincia; Rodríguez Saá anunció la suspensión en los pagos de la deuda externa, la creación de una nueva moneda y un millón de puestos de trabajo en un año; dando un mensaje con el cual buscaba ganarse la confianza y condescendencia de la ciudadanía.
Como dije antes, los cobardes son astutos; aunque en este caso convendrían más las definiciones “artero y tramposo”, ya que no estaba en condiciones de prometer nada y lo sabía. Quienes lo habían llevado hasta allí ya lo habían dejado solo, seguramente al advertir la magnitud del desastre que se avecinaba. Más cobardía en torno al Poder de la Presidencia argentina.
Fue entonces que se llegó al último día del 2001, cuando el Presidente del Senado, Ramón Puerta, también presenta su renuncia dejando espacio para que el titular de la Cámara Baja, Eduardo Camaño, asumiera de manera interina. Asamblea Legislativa mediante, llega al Ejecutivo Eduardo Duhalde, quien entre otras frases acuñó: “Estamos condenados al éxito”.
Lo que sigue es la aparición en escena del más astuto y artero de los Presidentes de la historia reciente: Néstor Kirchner, más conocido entre sus seguidores como “El Lupo”: El Lobo.
30 monedas
Parecería que nadie daba la talla para habitar Balcarce 50.
Sería una tragicomedia si no fuera porque esa etapa del país dejó muertos, miseria y un grito desesperado: “que se vayan todos”.
Hubo otros actores, pero el argentino es un sistema presidencialista: hay una responsabilidad ineludible de quien ostenta ese cargo.
Tal vez el cobarde más célebre de la historia haya sido Judas, el apóstol querido que traicionó a su maestro por 30 monedas. Pareciera ser que allí está la clave: como otro rasgo de la cobardía, está la “codicia”.
Así, tras ese periodo convulsionado apareció Kirchner, otro reyezuelo de provincia que imitó a su antecesor Rodríguez Saa y se ganó a la multitud con modales histriónicos y grandilocuentes; abrazándose con las muchedumbres y a los gritos proclamándose como una suerte de Mesías de la Democracia y los Derechos Humanos.
Aunque desalineado y torpe, usó la astucia del cobarde para engañar. Recibió a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo a quien nunca había aceptado en su lejano reino de Santa Cruz, y repudió a quien lo había ungido para ser Presidente.
Pero ante el primer inconveniente tampoco dudó en dejar solo a quien había sido su principal aliado en la Capital Federal; el intendente Aníbal Ibarra.
A días de haber asumido la presidencia, cuando 194 jóvenes se quemaban vivos o morían intoxicados con gases en la tragedia de Cromañon, él se refugiaba junto a la Primera Dama Cristina Fernández en el sur. Apareció luego de varios días y jamás se lo volvió a ver junto a Ibarra. Claramente todo su gobierno estuvo envuelto en complicadas tramas, y llegó a atribuirse los logros económicos que en verdad eran obra del entonces Ministro de Economía, Roberto Lavagna; quien a las postres terminó echado.
Comenzaba la tradición de “el relato” una suerte de fábula construida a través de los medios y la corporación política servil al “amo Dinero”.
A Kirchner lo sucedió su esposa, Cristina Fernández quien en dos periodos manejó a su antojo las cuerdas del Poder. Los argumentos por los cuales ella engrosa la lista de los Presidentes cobardes se encuentra detallada en las numerosas causas judiciales que deberá enfrentar y de las cuales e intenta detener o eliminar.
Seguramente muchos podrán opinar que, justamente lo que no es Cristina Fernández es “cobarde”; pero claro que lo es; y en el más estricto sentido ético. Desde este “principio” la cobardía es la actitud de complicidad que favorece la perpetuación de la injusticia social. Los actos de cobardía se consideran corresponsables del daño social, aun cuando las personas no hayan conspirado o aun cuando no hayan deseado el infortunio”.
Aplica a ella la sentencia: “la persona cobarde sabe lo que es correcto, pero aun así decide no hacer lo correcto por temor a las consecuencias”. Así el acto cobarde, es deliberado para librarse de las consecuencias de sus actos u omisiones. Léase, magnicidio de Alberto Nissman, corrupción en la obra pública, Memorándum con Irán, y la lista sigue.
El elefante en Plaza de Mayo
Entre Cristina Fernández y Mauricio Macri, hay una excepción “anecdótica”. Me refiero a Federico Pinedo. A él le tocó ocupar formalmente el cargo por 12 horas para la transición. Esto ocurrió producto de la cobardía de la ex Presidente que fue incapaz de llevar con dignidad la derrota electoral. Otra característica del cobarde es la “falta de dignidad”.
Macri, fiel a la “tradición” de mandatarios con escaso o nulo sentido de su rol histórico, jalonó de cobardías sus cuatro años en la Casa de Gobierno y precisamente fue éste el rasgo de su gobierno que permitió a sus adversarios pisotearlo.
Del mismo modo que un elefante blanco en Plaza de Mayo se puede ocultar colocando más elefantes; Macri lo hizo.
Al alardear de su valor llegó a un lugar en el cual, solo rodeándose de cobardes más notables podría sostener su farsa.
Tal vez valgan aquí las palabras de Winston Churchill a Arthur Neville Chamberlain: «Se te ofreció poder elegir entre la deshonra y la guerra y elegiste la deshonra, y también tendrás la guerra». Y así concluyó su mandato Macri, sin pena y sin gloria.
Epitome de la cobardía
Finalmente llegamos al epítome de los Presidentes cobardes: Alberto Fernández, quien pasará a la historia por el ridículo de haber sido “elegido” a dedo por su vicepresidente, Cristina Fernández.
En un gobierno “bicéfalo”; Fernández (Alberto) apenas si atina a defenderse, y en medio del mayor desastre en el país – producto de la Pandemia de Covid -19 y su negligencia – restringe libertades, reparte culpas y trata de sobrevivir a las intrigas palaciegas de Cristina Kirchner. Aquí al adjetivo cobarde podríamos sumarle el de “pusilánime”.
Es que Alberto Fernández carece de “carácter y valor” para ejercer la Primera Magistratura. “Pusillanĭmis” en latín pusillus (pequeño) y animus, que se traduce como “espíritu”’; lo describe: un hombre de espíritu pequeño, gobernando o haciendo como si gobernara a millones de argentinos.
Una nueva condición
Podría haber hablado de presidentes corruptos, codiciosos, incapaces, megalómanos, poco útiles, prescindibles, pero todos esos son rasgos del cobarde.
No es un intento de simplificación (o un tratamiento superficial) el sintetizar en un solo elemento de la personalidad – común a todos – el perfil de las presidencias padecidas por los argentinos.
Son las consecuencias de este rasgo común las que nos permiten observar uno tras otros nuestros fracasos como país y nuestro Estado “fallido”.
Teniendo a los jubilados como primera variable de ajuste, “esclavizando” voluntades a través de planes (que son miserables dádivas para los hambreados), poniendo al país en manos de las mafias más diversas; en definitiva, cual parásitos usan las artimañas necesarias para sobrevivir a costa de un cuerpo moribundo. Cada uno de los últimos Presidentes ha elevado la cobardía a una “condición sin la cual no” se puede llegar al gobierno.
Claro que son muchos los años de esta “tradición” que hemos vivido por generaciones completas de argentinos. Pero a lo mejor ya sea hora de terminar con esta ordalía.
A la cobardía se le impone el coraje. Por eso, a los atributos buscados en los ciudadanos que pretenden llegar a la Casa Rosada, debiéramos sumar esta condición necesaria; el Valor. Más que la oratoria, las credenciales académicas o incluso su gentileza, debiéramos acudir en busca de ciudadanos con coraje, que rompan esta infame tradición de los cobardes.
Excelente artículo Miguel….impecable
Gracias por tu comentario Edgar!