La Patria, la Nación y la República
Momentos difíciles está viviendo la Patria y la Nación ante una serie de circunstancias, que en la misma democracia mal practicada a favor de la gente, se crearon a partir de gobiernos de grupos que encaramados en la historia y la tradición de partidos nacionales y populares como los son el Justicialismos y el Radicalismo y sus recientes trasvasamientos y desprendimientos personalistas.
La República, la Nación y la Patria tambalean ante proyectos hegemónicos disfrazados de democráticos, apoyados desde la acción u omisión por las mayorías, las que también en muchos casos hacen sus negocios, casi míseros y espurios negocios, pero negocios al fin, para muchos que entraron en el desolador juego de la prebenda, el acomodo y la práctica del aplauso por nada más que comida,
Sistema propicio para el fin de los que no quieren un país floreciente y una Nación independiente, conformando una Patria Soberana.
Intereses mezquinos, proyectos infames y sectoriales, horizontes de poca monta y honores bastardeados por la corrupción son la moneda casi corriente entre unos y otros, o entre todos, dirigentes, políticos y hombres y mujeres comunes, que supieron en el mar de la miseria humana como terminar con el trabajo, el esfuerzo y la compensación de premios y castigos, de derechos y deberes, de buenos y malos, de honestos y truhanes en una mezcla donde todos mienten a todos, todos creen a todos y finalmente cada uno es preso y carcelero de los demás..
A esto hemos llegado con un pueblo que fue perdiendo la fuerza de creer. Fue dejando valores en el camino y llegó a una meseta donde cada uno hace la suya, cada uno busca su propio rédito por menor que sea, pero con el mínimo esfuerzo y la tranquilidad de considerarse como más: amigo del poder, aunque esto solo sirva para lograr poco y nada y nada más.
Dejamos de lado historia de muchos que hicieron todo con trabajo, sueño, proyecto y sudor.
Perdimos en el camino el honor de quienes sabían del valor del trabajo, de cómo el logro no era un golpe de suerte, sino el fruto de la perseverancia y la dedicación.
Dejamos de saber de los derechos y los deberes o con mayor ecuanimidad en el resultado de los deberes y derechos. Aquello de que el cumplimiento del deber daba la posibilidad de un derecho y no al revés. De que los deberes se cumplían sin preferencia y que tras ello era uno el que definía el derecho a usufructuar, todos o ninguno, pero como un logro tras el deber cumplido.
Todo eso quedó en el camino de la vorágine por el poder y la nada. En una carrera alocada de todos contra todos, donde todos somos amigos y contrincantes en la medida que convenga a cada uno. Donde todos nos sirven si nos sirven y si no son los enemigos.
Así viven unos con futuro y otros sin más que un miserable presente, pero dueños engañados y mentirosos de esa porción de poder de ser “el amigo de” ó el dueño del sello que haga creer que abre puertas y baja obstáculos en el camino a la meta que nunca llega, pero que eclipsa y hace ver sedas y tafetas donde en casi todos los casos solo hay bolsas y trapos viejos.
La lucha por el poder propio no tiene límites, da lo mismos la presidencia de la República que la titularidad de una Unión Vecinal de un pueblo cualquiera, un club, una cooperadora escolar o una Comisión de Fomento de una comunidad de trescientas personas perdidas en el mundo. Todo es poder, todo obnubila, todo sirve. El sello es lo que vale, ese que dice de representaciones populares, de poder entre los demás y a la hora señalada servirá para conseguir aunque no sea algo más que nada, pero al lado de los poderosos como si uno fuera parte vital de ese poderío de cartón pintado que es la vida hoy en la República Argentina, aquella por la que Belgrano exclamó en su postrer momento “Hay Patria mía”, a la que Discépolo sintetizó en “La Biblia y el calefón”, Donde para muchos el tema no es ser honesto o corrupto, sino quien es menos corrupto que quien, donde vale la pena dejar de robar para acumular y poder seguir en la misma.
Una Nación donde pilares fundamentales como la Justicia han demostrado estar ejercida por lo más endeble de la moral de una comunidad y allí los resultados. Donde la duda marca encrucijadas como estudiar o ser piquetero. Llegar al sagrado altar de la mesa familiar con un bolsón nacido de la dádiva o con el fruto del chantaje de un piquete o una acción de fuerza. Donde un voto es dinero, donde la honestidad es un chiste de mal gusto y donde como base de las garantías de una comunidad, todavía muchos se niegan a entrar en ese macabro juego.
Muchos entre quienes aún los valores siguen vigentes y sin grietas, conformando el ser de muchos argentinos dispuestos a revertir el pandemoniun de la Nación en llamas, casi al borde de la Sodoma y Gomorra que marcó la decadencia de una cultura en su momento y se preparan para salir adelante a partir de esos mismos valores casi olvidados del éxito y no de la suerte. De los frutos luchados, logrados y atesorados por ser ganados en buena ley.
Del saber del deber cumplido como meta final de una vida que comienza cada día, renovando los votos de honradez que necesita el hombre para sentirse digno y poner el pecho a un futuro de ventura como resultado natural de un sacrificio encarado con grandeza.
Ese pueblo está en el camino de la recuperación con la consigna de la victoria final, esa que sabe de dolores y de alegrías. De dolores a los que se los enfrenta sin miedo ni atajos y de alegrías que muestran el camino andado, lo que se logró generando la conformidad parcial, pero nunca la satisfacción final, el camino termina con la vida y el trabajo va junto a ella hasta el último suspiro del hombre por el honor de su Patria.
Ese pueblo no viene, está y se apresta a recuperar tiempos idos, aquellos que deberían haberse guardado tras gestos históricos que nos llamaban al trabajo en comunión como la conjunción que unió a líderes populares en su abrazo casi olvidado de Sáenz Peña con Hipólito Irigoyen o el más reciente y promocionado de Perón y Balbín, pero sin esperar otros abrazos que solo muestre los puñales que buscan blanco en la espalda ajena.
El único abrazo que queda, es el que debe darse, es el de todos los argentinos de bien entre si, ese que nos genere los anticuerpos necesarios para echar del organismo de la Patria a los virus inmundos de la corrupción y sus agentes patógenos.
La Argentina tiene un camino de gloria por delante, siempre que seamos los propios argentinos los que nos pongamos en la senda de recorrerlo por el honor y el futuro de nosotros mismos.
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