El caso Navalny: salvar la democracia rusa
Europa ha empezado a perder la paciencia y se lo ha hecho saber a Vladimir Putin; quien desde el Kremlin no pareciera causar recibo. El encarcelamiento de Alexei Navalny pareciera ser otra pieza más de un rompecabezas en las relaciones entre Moscú y la Unión Europea, pero no lo es.
En sí mismo el caso Navalny podría constituirse en una cuña en esa nueva e invisible “cortina de hierro” impuesta por un mandatario que se maneja como un autócrata y que incomoda a sus pares europeos.
Como ocurriera hace ya 127 años con Dreyfus en la Francia de la Tercera República, este hecho político desnuda una realidad de fracturas sociales pero además de ambiciones de poder que ponen en jaque la estabilidad en esa parte del mundo.
Si bien las tramas y el contexto del caso Dreyfus y lo ocurrido con el líder opositor ruso son distintas; las intrigas sobre espionaje, la velocidad y violencia de la injusticia y claramente la reacción popular, hacen de ambos una evidente bisagra.
Europa acusa
Un 13 de enero de 1898 la primera plana del periódico L’Aurore, enunciaba: «Yo acuso».
El texto pertenecía a afamado escritor Émile Zola, quien luego de años de silencio sobre el caso Dreyfus exponía al poder de turno en Francia y lo acusaba de la injusticia. Al conocer los hechos, la sociedad se dividió, pero el clamor era único: Justicia.
El militar francés injustamente condenado y desterrado de por vida en la isla del Diablo, en las Guayanas Francesas, era un “chivo expiatorio”, pero también un paradigma de la indefensión ciudadana. Antes que aquella cruel condena, a Alfred Dreyfus se lo había “invitado” al suicidio.
Alexei Navalny, debió exiliarse de la Rusia de Putin, fue perseguido y envenenado; supero aquel claro intento de homicidio y a su regreso a “la Patria” encarcelado, juzgado y condenado a prisión. Todo por oponerse al Presidente de la Federación Rusa. (En el caso de Dreyfus fue por antisemitismo).
El arresto y condena de quien aparecía en escena como un serio competidor electoral del partido de Putin (que se maneja de igual forma que el viejo Partido Comunista Ruso de Stalin), generó las protestas callejeras nunca vistas en lo que va del siglo en la capital.
Las crónicas periodísticas relataban que “cando largas filas de policías antidisturbios tomaron posiciones en el centro de Moscú el martes por la noche, el mensaje fue claro: todas las protestas en apoyo del líder de la oposición Alexei Navalny serían aplastadas”.
Las protestas fueron acalladas a fuerza de “garrotes” pero hubo otras consecuencias: la expulsión de tres diplomáticos europeos.
Putin ordenó echar de “su país” a dignatarios de Alemania, Polonia y Suecia, acusándolos de “estar presentes en las movilizaciones en apoyo de Alexei Navalny, sin el permiso de las autoridades”.
Ayer la alemana Angela Merkel y el francés Emmanuel Macron, lanzaron advertencias a su par ruso y condenaron la expulsión de los diplomáticos y repudiaron “comportamiento de Moscú hacia Navalny, desde su envenenamiento hasta su arresto.
Por otra parte, el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, viajó a Moscú y desde allí hizo un llamamiento a liberar al líder opositor ruso Alexei Navalny y a investigar su supuesto envenenamiento con un agente nervioso. En respuesta el ministro de Exteriores ruso, Serguei Lavrov, declaró que Rusia en la actualidad no ve a la Unión Europea como «un socio fiable».
Efecto Sputnik V
Para que quede más claro el contexto hay que recordar que el Kremlin “ha descrito a Navalny como un agente de Occidente empeñado en socavar a Rusia, al tiempo que insiste en que los tribunales son totalmente independientes y que los manifestantes enojados son vándalos», describe el diario El Mundo, de España.
Con el líder opositor preso (y como señalan muchos analistas, con el riesgo de morir en prisión) Putin mostrado sus cartas, pero lo ha hecho con la impunidad que considera tener desde que la Pandemia han puesto a su país como actor importante para superar el trance.
Con la salida al mercado de la “vacuna rusa, anti Covid-19”, el mandatario considera que será su régimen el que no solo obtenga millonarias ganancias, sino que además los beneficiarios de su política exterior no “abrirán la boca” frente a su cuestionable ostentación y uso del poder.
Pero no lo ha logrado con Europa, que no solo ha cuestionado los manejos con la Sputnik V, sino que también han alzado la vos contra la evidente “autocracia” que busca eliminar todo tipo de disidencia.
Tal vez esta postura haya tenido que ver con la actitud del pueblo ruso que salió a las calles. Sintieron que el mundo no solamente “mira” sino que también actúa y denuncia.
Además, la violencia y autoritarismo con la que ha actuado el Kremlin pareciera ser que no ha logrado “asustar” a todos y crece el descontento.
«La represión de Alexei Navalny, que es impactante por su crueldad y también es sorprendentemente tonta», escribió Filipp Styorkin para el sitio web independiente VTimes.
El analista consideró también que la sentencia contra Navalny “alimentará más protestas, no las detendrá. Esto no es ideal para el Kremlin en tiempos económicos inciertos. Las autoridades miran persistentemente las patas de la silla en la que están sentados, a pesar de que la silla parece cada vez más endeble», sintetizó Styorkin.
Por eso es que Putin puso tanta enjundia en sacar su vacuna, promocionarla al mundo y hacer negocios; necesita el dinero y el silencio cómplice de los países que entren en su juego.
Esperanza de otoño
Algunos gobiernos occidentales están considerando nuevas sanciones contra el gobierno de Putin, pero estas deberían ser de alto impacto y además deberían tener efectos antes de las elecciones previstas para el “otoño ruso”.
Era en esos comicios en los que Navalny preveía concretar lo que ya se insinuaba como posible, «diezmar» el poder de “Rusia Unida”, el partido de Putin.
Tal vez aun tenga chances, pese a estar encerrado. “Navalny se convirtió en la víctima perseguida, el valiente», afirmó Andrei Kolesnikov (dirigente opositora) y comparó la figura del líder preso con los disidentes de la era soviética como Andrei Sakharov, ganador de un Nobel de la Paz.
«Alexei es nuestra inspiración. Pero trabajaremos con más pasión si sucede, alimentados por nuestra ira», dijo Andrei Kolesnikov quien admite que será difícil que Navalny tenga la posibilidad de hablar con sus seguidores desde prisión.
En las cárceles de Putin están prohibidos los teléfonos móviles y además Navalny estará vigilado permanentemente y sus llamadas autorizadas, acotadas solo a la familia.
Pero mientras estaba en prisión preventiva, el líder opositor pudo publicar un mensaje en Instagram y allí pidió a sus compatriotas que superen sus miedos.
«Nadie quiere vivir en un país donde imperan la anarquía y la corrupción. Un país cuyos líderes encarcelan a todos los que hablan», denunció y de inmediato el posteo tuvo más de un millón de “me gusta”. Tal vez la esperanza del otoño, este en marcha.
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