De sacarnos el sombrero a ponernos el casco
El vuelco de identidad de Alberto Fernández durante el trajín de la pandemia ha representado un cambio rotundo en el ánimo social. Los ciudadanos hemos pasado “de sacarnos el sombrero” a “ponernos el casco” en tan solo un año.
Aquel Alberto que gozó de 68% de imagen positiva al inicio de la cuarentena, cayó más de cuarenta puntos porque abandonó todos los atributos de identidad que la sociedad supo reconocer. De refugiarse en la ciencia y en las estadísticas, pasó a sustentarse en los ejemplos que no configuran regla (los niños juegan con sus barbijos). De la empatía a la falta de ella (no importa la economía, la angustia no existe). De la coherencia a la incoherencia, de ser predecible a impredecible, de comandar en grupo (nosotros) al individualismo del macho alfa político (yo), de estar ajustado a derecho a DNU polémico. De construir política pública y también figuras políticas (junto a sus ministros y la oposición), a destruir el diálogo y los personajes que lo rodean (desconociendo a propios y ajenos).
Los anuncios del endurecimiento de la cuarentena funcionaron del mismo modo que la vacunación vip. Aunque parezca contra-intuitivo, no mermaron demasiado la imagen positiva del presidente (apenas un punto). Es decir, que ambos eventos profundizan el enojo de quienes ya estaban enojados, que crecieron 2%.
Alberto tiene ahora 28% de positiva y 60% de negativa. Sigue pareciéndose a Cristina y a Axel Kicillof, todos pescando en la misma laguna.
Ganaron en imagen los dos opositores más involucrados en el combate: Horacio Rodríguez Larreta (+4 de positiva) y Patricia Bullrich (+1 de positiva). Al Jefe de Gobierno también le creció 2% la negativa.
Bajó 4% la cantidad de encuestados que quieren que el Frente de Todos gane las elecciones, pero solo uno se fue a “quiero que pierda”. El resto pasó a especular. El corazón del votante oficialista está en públicos partidizados que se autodefinen kirchneristas, peronistas y de izquierda. En el resto, como en los apolíticos y apartidarios, el abandono es total.
LOS ARGENTINOS, LA PANDEMIA Y LA CUARENTENA
Desde que las vacunas y la vacunación comenzaron a ser problemas distintos, la primera torció en favor del gobierno y la segunda en contra. El año pasado la Sputnik V era rechazada por la población, y este año está en el podio de aceptación (64.7% se la pondría). Las dos que antes eran más deseadas, han caído bastante (Pfizer 50.6% y Oxford AstraZeneca 39.6%).
Entre el 20.7% que sintió “seguridad” y el 12.3% que sintió “confianza” tras los anuncios del presidente de endurecimiento de la cuarentena, rondamos siempre el 33% de población que apoya al gobierno, sus integrantes y/o sus políticas. No es poco. Un tercio de la población.
Pero en la dinámica de la conversación social se siente fuerte el grito del 17.5% que siente “bronca” sumado al 40.7% que siente “indignación” porque además de ser más, tras los errores del gobierno, tienen argumentos muy sólidos. Una mayoría puede ser silenciosa si no encuentra los argumentos para debatir, pero salta a la luz brutalmente cuando los enfoca y ejerce.
El virtual toque de queda entre las 20 y las 6 horas no cayó de la misma manera que el cierre de clases en la digestión social. El 41.3% está de acuerdo con la primera medida, mientras que solo el 33% con la segunda. Otra vez nos topamos con el número mágico. Diga treinta y tres.
La credibilidad de los plazos establecidos por Alberto, en cambio, está por el piso. Tan solo el 7.7% cree que realmente va a durar 15 días. Otro 14.5% cree que va a durar un mes. Ya nos fuimos al doble del plazo y todavía no suman treinta y tres los porcentajes.
Un 34.4% cree que va a durar todo el invierno, nos vemos en septiembre. Otro 22.9% cree que va a extenderse todo el año, y nos vemos en navidad. No es poca (19.8%) la cantidad de gente que no tiene idea de cuánto puede durar, con estos, nos vemos en Disney.
Bajó a 37.2% la cantidad de encuestados que dicen que acatarían una cuarentena “Fase 1” como la del año pasado. Sigue siendo un porcentaje alto.
En la otra esquina del ring, casi el sesenta por ciento brinda su apoyo a los gobernadores que se niegan a implementar una cuarentena más estricta. El dedo en el gatillo.
Que el gobierno mantenga un tercio del electorado, aún en esta circunstancia, genera dos cosas. Una angustia social imposible de gestionar felizmente (es poco para mucho) pero un sustento sólido para no disolverse en el aire (es mucho para poco). Esa tensión garantiza que el trauma circule únicamente por la discusión social sin que se produzca una tragedia política. La cercanía de las elecciones como momento de catarsis social garantiza que aquel que quiera castigar al gobierno, podrá hacerlo de la manera más dolorosa.
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