Los tiempos de la Poliautoridad
Construir autoridad equivale a construir confianza. El hijo reconoce autoridad en su padre en la medida que confía plenamente en él. El padre ha sabido interpretar las necesidades contingentes o no de su hijo y su grupo. Ha podido resolver esas necesidades desde un lugar cercano y acorde con las distintas situaciones creadas. Ha establecido las reglas del juego y esas reglas se han cumplido y han mostrado sus eficacias. El marco de coherencia y de lógica interna del vínculo han generado las condiciones propicias para un desarrollo humano de pleno potencial.
Vale aclarar que cuando hablamos de Padre estamos hablando de lugar del padre, este lugar no significa a la persona del padre, ya que este puede o no ocuparlo. Tampoco estamos hablando de género. Queremos decir que el lugar del padre tiene una función organizadora del conjunto de la familia, gracias a dos conceptos clave: distribución y disponibilidad. Es decir la condición de padre instaura las diferencias. De los sexos, de las generaciones, de las identidades y vínculos, y así la capacidad individual para establecer aquellas diferencias lógicas necesarias para que el pensamiento se desarrolle. Cada uno de los miembros de la familia tiene un lugar, roles y funciones que le son propias. Puede también asumir una función distinta de la que se le asigna pero depende siempre del consenso de los otros.
Estamos hablando de la capitanía del barco. De quien tiene a cargo la voz de mando y su correspondiente cadena, el rumbo a seguir, las delegaciones funcionales de tareas y el intérprete de las necesidades básicas de la tripulación y el pasaje.
En estos últimos tiempos hemos podido observar como esta construcción de potestad y prestigio se desmorona implacablemente en el gobierno nacional y en su cabeza y presidente Alberto Fernández.
La pandemia COVID 19 entre sus múltiples efectos ha puesto una lupa de enorme aumento a las incongruencias del equipo de profesionales que conforman su ejecutivo. Justo en el momento en que el Frente de Todos debe mostrarse como un grupo sólido, coherente, con un proyecto claro y con decisiones firmes.
Las últimas restricciones anunciadas por el mandatario nacional en un mensaje grabado desde la quinta de Olivos cuando aun se encontraba saliendo de un proceso de convalecencia por el virus caldearon los ánimos de muchos funcionarios y de grandes sectores de la comunidad.
En especial la suspensión de clases presenciales por supuestamente dos semanas. Si bien la medida se toma para neutralizar los efectos del incremento alarmante de contagios en los tiempos recientes, se dejó entrever inequívocamente las presiones políticas y de descalificación presente en la medida.
Es que tan solo, habían transcurrido cuatro horas de las declaraciones públicas de los dos ministros más importantes con relación al punto de conflicto. El Ministro de Educación y la Ministro de Salud, quienes habían anunciado lo contrario con respecto a un tema que es gravoso en la consideración de la opinión pública. Lo que se dice dos ministros en pleno off side.
Nadie pudo dudar que detrás de los reclamos briosos del Gobernador de la Provincia de Buenos Aires por instituir la medida, se hacía presente la figura de la Vicepresidente de la Nación.
Efecto dominó en la cadena de desacreditación de autoridad y pérdida de consideración en la lógica que inspira una medida que afecta a enorme cantidad de familias y alumnos de todas las edades.
Fue poco feliz el enunciado que señala que “el sistema de salud se ha relajado”. Frases ofensivas, si las hay, para dedicarle a un grupo heroico que se encuentra agotado y desgastado por la ofensiva de casos que presentan grandes y nuevos desafíos profesionales y a su vez grandes dificultades de recursos.
Los mecanismos de culpabilidad, tan presente en los discursos oficiales, tienen efecto búmeran a corto y mediano plazo. Sobre todo si estos mecanismos se construyen en clara contradicción con los ejemplos dados. El líder es ejemplo a tiempo completo. Ver a las máximas autoridades sin tapabocas o barbijos en plenos actos presenciales y reuniones políticas, deshonra cualquier discurso ejemplificador posterior.
Nuestros gobernantes saben a ciencia cierta que sacar a la calle a las fuerzas de seguridad en general tiene un alto costo anímico y político, sobre todo a aquellos segmentos que han transitado la triste historia de la dictadura militar.
Pero el grotesco de algunas imágenes da una tonalidad distinta a la que se podría predecir. La Ministro de Seguridad saludando para las cámaras y dando ánimos a tres retenes en el puente Pueyrredón, para que estos simplemente soliciten documentación a los pocos trabajadores fatigados que vuelven a sus hogares al sur de la ciudad en un colectivo de la línea 148 resulta una ofensa incomprensible. Sobre todo cuando esas comunidades provinciales reclaman atención y auxilio por el aumento de la inseguridad y el registro de episodios de delito que generan tantas muertes y actos de violencia extrema a diario.
En horario matutino de la misma jornada, cuando se presentaba el plan de acción de las fuerzas de seguridad, se encontraba ausente el Ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires. Todo habitante de esta nación puede leer el significado de esta falta. La historia de desautorización de estas dos figuras es conocida y soportada por todos los afectados. Es la consecuencia de abrevar a una fuente de poder o a otra dentro del mismo entramado.
Este es un momento, tal vez como ninguno otro, en que se necesitan políticas. Esas políticas son fundantes de un tiempo nuevo. Pero aquí tan solo se aprecian políticos. De todo tipo y ambición.
Sabemos que en todos los ámbitos debemos respetar las jerarquías. Las buenas y considerables jerarquías. En época de pandemia, inequívocamente, la voz autorizada en materia de salud tiene un ministerio y su representante. Debe dar explicaciones a todo momento y en forma clara. Debe instruir, informar y calmar los temores que la situación genera. La opinión pública se confunde cuando la voz cantante de autoridad la tienen los asesores y consultores vigentes. Esto genera desautorización y descreimiento.
El elenco gubernamental genera escenas incomprensibles de alto impacto. Estas escenas no permiten reconocer y construir autoridad. Un líder marca la cancha, ve algo más que sus representados y que sus compañeros de ruta no pueden ver, convence, explica, fija prioridades. Está por encima de los jueguitos y vicios electorales. Nos hace comprender que la política es otra cosa. Imprescindible para el desarrollo de una nación.
Si esto no sucede, la confianza no nace. Y sin confianza, la vida es amenazante e inquietante. ■
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