Cada Radical debe ser un Leandro N. Alem –
“No es solamente el ejercicio de un derecho, no solamente el cumplimiento de un deber cívico; es algo más, es la imperiosa exigencia de nuestra dignidad ultrajada, de nuestra personalidad abatida; es la voz airada de nuestros beneméritos mayores que nos piden cuentas del sagrado testamento cuyo cumplimiento nos encomendaron” (Leandro N. Alem – 13 de abril de 1.890).
No podrá nunca resignarse el hombre a que su vida pase sin otro mérito de solo verla pasar.
El mundo en esta condición impuesta de vivir en comunidad, no nos puede obligar a tener que vivir masificados.
Es ley de vida hacer de los días que nos tocan transcurrir en la tierra sean jornadas fructíferas para uno y para los demás, nadie puede sentirse satisfecho por haber sido solo un número y parte de aquello que significa la masa, como una cosa fusiforme, sin alma y solo con cuerpo, sin ideas y solo impulsos manejados desde afuera o desde arriba. Nadie, por más que debamos vivir entre todos, debe ser nada más que una cosa sin individualidades.
Conformemos un partido como en los inicios, con la personalidad que se coadyuva en la conjunción de cada una de las personalidades. Con seres pensantes por sí, desmasificados pero juntos con una meta común.
Sepamos los radicales que debemos reprotagonizar aquella Revolución del 90, cuna del radicalismo, por que ese es nuestro sublime deber tras lo sucedido en nuestro partido.
El propio Alem significaba por aquellos momentos históricos de la vida nacional, lo que hoy valdría manejarlo en el orden interno primero y nacional después, cuando señalaba por aquellos que habían llegado a destruir el país a quienes se refería como el “régimen funesto” y llamaba patrióticamente a desterrarlos como la “ominosa oligarquía de advenedizos que ha deshonrado ante propios y extraños las instituciones de la República”.
Los gestores de entonces para nuestro partido, con la Revolución del 90, en lo que es génesis radical, determinaban claramente que “El movimiento revolucionario de este día, no es la obra de un partido político, esencialmente popular e impersonal, no obedece ni responde a las ambiciones de círculo u hombre público alguno.
No derrocamos el gobierno para separar hombres y sustituirlos en el mando; lo derrocamos para devolverlo al pueblo a fin de que el pueblo lo reconstruya sobre la base de la voluntad nacional.
La reconstrucción de la Unión Cívica Radical, como la Revolución del 90 pretendió hacer con la República, hoy es tarea de aquellos pocos radicales que hemos quedado fuera de lo que hay también tenemos como “régimen funesto”, tanto que si tomamos el mapa político de hace más de un siglo y reemplazamos nombres por los actuales, la circunstancia más allá del tiempo no variará en mucho cuando juzgamos a la corrupción y al pillaje cometido.
Habrá que volver a gestar un 1° de Setiembre como el del 1889, cuando tras la revolución de la palabra, fruto de la degradación vivida, se vistió de honradez y vibrante energía patriótica para gestar el proceso inexorable contra el gobierno de entonces, creando como trinchera para todos los argentinos de bien, la Unión Cívica de la Juventud.
Hoy la situación primaria es poner en marcha, con esa honradez mencionada, la restauración de la Unión Cívica Radical, bajo el ejemplo señero de Leandro N. Alem y los de su época.
Volveremos alguna vez a repetir aquella manifestación patriótica y radical del 13 de abril de 1890, cuando la ciudadanía de Buenos Aires conocía la fuerza del pueblo pacífico y en la calle, con la Unión Cívica como bandera?.
El Dr. Joaquín Nobuco decía por esos tiempos, tiempos que por pasados no son ni viejos ni inútiles, que “La grandeza de las naciones dependen del ideal que su juventud forme en sus aulas; y la humillación de aquellas proviene de las traiciones que los hombres hacen a sus ideales históricos”. Pregunto: ¿éso es antiguo, pasado de moda o caduco?, creo que más actual que nunca.
Ese mismo 20 de agosto de 1889, se escribía en los diarios sobre un banquete organizado por el oficialismo de entonces: “¡Estaba reservado para la Argentina el triste espectáculo que esta noche ofrecerá una parte de la juventud, que felizmente es una minoría, renunciado a la libertad política, al ejercicio espontáneo de los derechos del ciudadano, en homenaje a la voluntad del Presidente, adhiriéndose sin condiciones!”. Son estos dichos fuera de actualidad?, no es casi un reflejo de un hoy?.
Un país, una república o un partido político tiene como fin los mismo argumentos ya que tienen el mismo destino, el bien de la gente partidaria o nacional, la ciudadanía o la misma república.
Las situaciones para bien o para mal son iguales, vale el ejemplo de nuestros patriotas, que tras la Unión Cívica de la Juventud, la Unión Cívica concluyeron en la Unión Cívica Radical, para reflotar nuestro partido hoy en pleno siglo XXI, con los ideales, la fuerza y la moral del 1890
En aquella reunión del 13 de abril de 1890 en el Frontón de Buenos Aires, decía y delineaba como camino político de la entonces Unión Cívica, el Dr. Leandro Nicéforo Alem, ungido presidente del partido: “Señores, me han nombrado presidente de la Unión Cívica y podéis estar seguros que no he de omitir fatigas ni esfuerzos, ni sacrificios ni responsabilidades de ningún género para responder a la patriótica misión que se ha confiado.
La misma emoción que me embarga ante el espectáculo consolador para el patriotismo de esta imponente asamblea, no me va a permitir, como deseaba y como debía hacerlo, pronunciar un discurso. Así, pues, apenas voy a decir algunas palabras que son votos íntimos, profundos, salidos, señores, de un corazón entusiasta y dictados por una conciencia sana, libre y serena.
Sí, señores, una felicitación al pueblo de las nobles tradiciones, que han cumplido en hora tan infausta sus sagrados deberes. No es solamente el ejercicio de un derecho, no solamente el cumplimiento de un deber cívico; es algo más, es la imperiosa exigencia de nuestra dignidad ultrajada, de nuestra personalidad abatida; es la voz airada de nuestros beneméritos mayores que nos piden cuentas del sagrado testamento cuyo cumplimiento nos encomendaron.
La vida política en un pueblo marca la condición en que se encuentra, marca el nivel moral, marca el temple y la energía de su carácter. El pueblo donde no hay vida política es un pueblo corrompido y en decadencia o es víctima de una brutal opresión. La vida política forma esas grandes agrupaciones que, llámense como éstas populares, o llámense partidos políticos, son las que desenvuelven la personalidad del ciudadano, le dan conciencia de sus derechos y el sentimiento de la solidaridad en los destinos comunes.
Los grandes pueblo, la Inglaterra, los Estados Unidos, la Francia son grandes por las luchas activas, por este roce de opiniones, por este disentimiento perpetuo que es la ley de las democracias. Son esas luchas, esas nobles rivalidades de los partidos, las que engendran las buenas instituciones, las depuran en la discusión, las mejoran con reformas saludables, las vigorizan con entusiasmos generosos que nacen de las fuerzas viriles del pueblo.
Pero la vida política no puede hacerse sino donde hay libertad y donde impera una Constitución. ¿Y podemos comparar nuestra situación desgraciada con las de los pueblos que acabo de citar; situación gravísima no sólo por los males internos, sino por aquellos que pudieran afectar el honor nacional cuya fibra se debilita?, Yo preguntaría: ¿en una emergencia delicada, qué podría hacer un pueblo enervado, abatido, sin dominio de sus destinos y entregado a gobernantes tan pequeños?
Cuando el ciudadano participa de las impresiones de la vida política, se identifica con la Patria, la ama profundamente, se glorifica con su gloria, llora con sus desastres y se siente obligado a defenderla porque ella cifra las más nobles aspiraciones.
¿Pero se entiende entre nosotros así, desde algún tiempo a esta parte?. Ya habréis visto los duros epítetos que los órganos del Gobierno han arrojado sobre esta manifestación. Se ríen de los derechos políticos, de las elevadas doctrinas, de los grandes ideales, befan a los líricos, a los retardatarios que vienen con sus disidencias de opinión a entorpecer el programa del país … ¡Bárbaros!
Como si en los rayos de la luz, … como si en los rayos de la luz decía, pudieran venir envueltas la esterilidad y la muerte.
¿Y qué políticas es la que hacen ellos? El gobierno no hace más que echarle la culpa a la oposición de lo malo que sucede en el país.
¿Y que hacen esos sabios economistas? Muy sabios en la economía privada, para enriquecerse con ello; en cuanto a las finanzas públicas, ya veis la desastrosa situación a la que las ha traído.
En inútil, como decía en otra ocasión, no nos salvaremos con proyectos, ni con cambios de ministros; y expresándome en una frase vulgar, esto no tiene vuelta.
No hay, no puede haber buenas finanzas, donde no hay buena política. Buenas política quiere decir: aplicación recta y correcta de las rentas públicas, buenas política quiere decir: protección a las industrias útiles y no especulación aventurera para que ganen los parásitos del poder, Buena política quiere decir: exclusión de favoritos y de emisiones clandestinas.
Pero para hacer buena política se necesita grandes móviles, se necesita buena fe, honradez, nobles ideales; se necesita en una palabra: patriotismo.
Pero con ese patriotismo se puede salir con la frente altiva, con la estimación de los conciudadanos, con la conciencia pura, limpia y tranquila, pero también con los bolsillos livianos. Y con patriotismo no se puede tener troncos de rusos a pares, palcos en todos los teatros y frontones, no se puede andar en continuos festines y banquetes, no se puede regalar diademas de brillantes a las damas en cuyos senos fementidos gastan la vida y la fuerza que deberían utilizar en bien de la Patria o de la propia familia.
Señores: voy a concluir, porque me siento agitado. Esta asamblea es una verdadera resurrección del espíritu público. Tenemos que afrontar la lucha con fe, con decisión. Es una verdadera vergüenza, un oprobio lo que pasaba entre nosotros: todas nuestras glorias estaban eclipsadas; nuestras nobles tradiciones olvidadas, nuestro culto bastardeado, nuestro templo empezaba a desplomarse y, señores, ya parecía que íbamos resignados a inclinar la cerviz al yugo infame y ruinoso; apenas si algunos nos sonrojábamos de tanto oprobio.
Hoy, ya todo cambia; éste es un augurio de que vamos a reconquistar nuestras libertades y vamos a ser dignos hijos de los que fundaron la Patria”.
Volvamos al camino, tratemos de ser cada radical un Leandro N. Alem.
Carlos Lisandro Berenguel – Caleta Olivia
Gran articulo para reflexionar!