LA LOBERIA – Sangre y desidia patagonica
LA LOBERIA
Sangre y desidia patagónica
Leonardo Luna Montenegro
Argentina. Ruta Nacional 3 al Sur. Un recorrido rutero donde el sur de Chubut, lentamente, se va transformando en el norte de Santa Cruz, y a pesar de lo que digan los mapas o las dibujadas líneas que delimitan artificialmente las jurisdicciones provinciales, aunque sin grandes cambios geográficos, ambas están unidas inevitablemente por el gobierno implacable del sempiterno, y a veces violento, viento del oeste. Por aquí no hay discusión alguna cuando se trata de nuestro querido, a veces amado, pero respetado, amo y señor dominante, el mismísimo Golfo San Jorge, el golfo más amplio de la costa argentina. Dejando detrás la populosa Comodoro Rivadavia, en sentido norte-sur, luego por las afueras de la bella, tranquila y – aristocrática u oligárquica no nos ponemos de acuerdo en el café – Rada Tilly, , existe un tramo de Ruta 3 que bordea la costa por varios kilómetros, parte integrante de la llamada Ruta Azul que comprende unos maravillosos 500 kms. de puro paisaje patagónico costero. En el tramo que nos atañe se impone, a un lado de la ruta, como un señor todopoderoso, el bravo Océano Atlántico Sur; y del otro, extensos, a menudo hostiles, áridos territorios de la más pura estepa patagónica en su encuentro con el mar, el de las interminables restingas, vertiginosos acantilados, playas de todo tipo, tamaño y color, de arenas finas, de piedras pequeñas, de piedras medianas, de fauna salvaje y pura, de flora petisa azotada por embravecidos vientos, de cuises y cormoranes, de puntos neurálgicos para pescadores donde reinan las merluzas, los pejerreyes, el róbalo (nombre quizás premonitorio de cierta clase de funcionario amante del erario público), como así también inéditos paraísos sumergidos para deleite de buceadores. En estos agrestes paisajes que subyugan el alma del viajero desde que un integrante de la expedición de Magallanes, Don Antonio Pigafetta (Vicenza, Italia, 1480 – 1534), cronista al servicio de la República de Venecia, diera a conocer al mundo europeo de siglos atrás, sus impresiones de viaje a su regreso de la primera vuelta al mundo (por lo menos la oficial) cuando aun no existía esa palabra “turismo”. Allí, en un lugar llamado Bahía del Fondo, en un punto central del Golfo San Jorge, y, al borde la Ruta Nacional 3, en coordenadas geográficas de jurisdicción de la provincia argentina de Santa Cruz, en un pasado no tan remoto – principios del Siglo XX – hubo un lugar que fue adquiriendo tintes sangrientos, por decirlo francamente, ya que era punto de reunión y actividad de cazadores y faenadores de lobos marinos, de allí el nombre del paraje que fuera bautizado como La Lobería. De todas maneras, aquí, lo importante, el objeto de análisis, el sobrevuelo rasante sobre sus, diríamos, pormenores históricos, el cuestionamiento y porque no, la crítica, de nuestro tema de interés presente, nos lleva a descubrir que, a grandes rasgos, la historia de La Lobería ha sido una historia un poco dejada de lado oficialmente, como quien esconde la basura debajo de la alfombra porque llegan visitas inesperadas y luego se olvida de limpiar allí, dejando un mudo testigo de su desvergüenza y suciedad. No será ésta la ocasión para sumergirnos en las tenebrosas historias, que las hay y muchas, de los sucesos y hechos, verídicos o no, exagerados o no, acaecidos en Patagonia a lo largo de los siglos desde que puso pie a tierra el hombre europeo a partir del los Siglos XV-XVI; dejaremos esa tarea para los especialistas, historiadores e investigadores, que hay varios y muy buenos. Importante es recordar aquella mirada que se tuvo de Patagonia a lo largo de su historia donde grandes extensiones de territorio despoblado funcionó (funciona) como un poderoso imán para todo tipo de sujetos, (sujetas, sujetes, que ridiculez) a saber, aventureros, religiosos, ambiciosos, peligrosos, militares, inmorales, inteligentes, trabajadores, anarquistas, en fin, seres de toda calaña, de buena y de mala cepa, de casi todos los rincones del planeta, europeos en principio, algunos incluso con buenas intenciones frente a quienes ya vivían en estas tierras, a saber (y me pongo de pie señores, y todos deberíamos hacer lo mismo caray!), los aonikenk, cuyo territorio era la zona comprendida entre el Estrecho de Magallanes y el Río Chubut, y los gunun a kuna, ubicados desde Río Chubut hasta la región pampeana, ambos englobados bajo el nombre de tehuelches. Y aunque en el presente, y no es extraño, contamos ya con supermercados chinos, constructores bolivianos y paraguayos, comerciantes españoles, estancieros británicos, y por supuesto, nuestros vecinos, con quienes compartimos esa maravillosa medianera natural, la Cordillera de los Andes, los chilenos. Semejante coctel humano, en estos paisajes a veces de ensueño, como Playa Alsina con sus finas arenas y sus bajamares esplendidos, o esas shockeantes postales como Punta del Marques al amanecer, no podría resultar en otra cosa que en historias un tanto alocadas y extremas, como la de nuestro imaginativo y aventurero francés Oreille Antoine de Tounens (1825 – 1878) quien, en una noche de copas en un bar de la elegante Francia, decidió, así, sin más coraje que el que le pudo haber otorgado una noche de tragos, viajar a este confín del mundo a fundar un “Reino de la Araucanía y Patagonia” y, obviamente, autoproclamarse Rey. ¿Quién no pensó algo similar en alguna barra de bar trasnochada, después de pedir la última ronda? ¿O acaso nunca nadie soñó con tener su propio castillo, sus elegantes caballos y cobrarles impuestos a sus propios vasallos solo para tener mejores diamantes en su propia corona? Las niñas sueñan con ser Princesas, los niños con ser el Príncipe que las rescata de las garras del Mal galopando en su bravo corcel (o por lo menos así nos lo conto Walt Disney a través de sus cartoons que nos acompañaron en nuestras infancias). Volviendo al punto, la estructura edilicia del paraje La Lobería, una casa modesta, y unos galpones de chapa, y, de acuerdo a su ubicación, construida muy, muy cerca del mar, tarde o temprano, iba a ser devorada por las fauces saladas del Golfo. Quizás los ingenieros, los arquitectos, los constructores expertos nos hubieran dado su opinión final resumida con un “nada se puede hacer”, quizás lo hicieron y nosotros no lo sabíamos, pero siempre nos aferramos a un “siempre, algo, se puede hacer”. Sobrados ejemplos podemos encontrar al respecto. O acaso cuando Cristophoro Colombo (1451 – 1506), genovés de nacimiento, de familia de tejedores, presento su propuesta de viaje marítimo hacia el oeste a los Reyes de España, obtuvo apoyo instantáneo e incondicional? Seguramente escucho el consabido “no se puede hacer” de boca de los consejeros de la Corona Española. Podríamos imaginar la escena donde la Reina Isabel I de Castilla, también Señora de Vizcaya, Reina Consorte de Sicilia y de Aragón, en un momento de dudas y presiones de todo tipo – recordemos que urgía la cuestión Granada y los musulmanes – acude a Fray Hernando de Talavera, su confesor y consejero, O.S.H, Ordo Sancti Hieronymi (Orden de San Jerónimo, Orden exclusivamente hispánica y hoy al borde la extinción), en busca de opinión fundada, consejo y ayuda espiritual; el resultado final ya lo conocemos. Y qué decir del plan de nuestro Generalísimo Don José de San Martin de cruzar la Cordillera de los Andes en su Expedición Libertadora, epopeya quizás más importante que las de Alejandro, Aníbal el cartaginés, o Napoleón. Digresión obligada en este punto: la expedición llevo 11 cajas con 725 libros que San Martín trajo de Europa, entre los que se encontraban textos sobre la Revolución Francesa, manuales de agricultura, biografías de Rousseau, de Richelieu, ensayos sobre libertad de comercio!!!, diccionarios, textos sobre Derecho Civil, Derecho Penal; muchos de ellos pasaron a formar parte de bibliotecas de Perú y Chile (Oh! amado General, contigo hasta el fin del mundo!!!). En palabras del poeta cubano José Martí sobre la Expedición: -“iban los hombres como por el cielo, hambrientos, sedientos, mientras abajo, muy abajo, los arboles parecían yerba y los torrentes rugían como leones”. – “Y nuestro Paraje la Lobería?”- se preguntará el lector de estas confusas palabras. Pues obviamente se cayó, se derrumbo, la casa fue devorada el mar, sucumbió frente el implacable Océano Atlántico Sur que tomo forma a través de su bravo y obediente lugarteniente Golfo San Jorge, nada se pudo hacer, nada se quiso hacer, una historia que comenzó con sangre de lobos marinos y termino con pura desidia patagónica. Así son las cosas por aquí, en los bravos pagos de Santa Cruz, en la Santa Cruz musicalizada por Don Hugo Giménez Agüero, en la Santa Cruz de los Aonikenk, tierra de Tehuelches, de gringos locos, de historias perdidas, de esas que esperan ser rescatadas y dadas a conocer a este mundo digital, binario. Aun hay vecinos que recuerdan a Cacho de La Lobería. No lo conocí personalmente, solo a Mercedes, creo nacida ella en Palena (Chile), la ultima encargada del Paraje, con quien intentamos organizar eventos para llevar comensales y curiosos, otra forma de no dejar morir nuestra historia y de aportarle unos dineros. De todas maneras, Hunter Stockton Thompson se fue y nunca conoció La Lobería en Ruta 3 al sur, aquí, en los agrestes paisajes de la Patagonia, en Santa Cruz. Aunque creo que bien podríamos imaginar una charla de bar entre Hunter y Carlos Sorín, nuestro reconocido Director de Cine con varias películas filmadas en Patagonia y sus paisajes de road movies, en algún rincón de La Lobería, dejándose llevar por la calma del lugar y el olor a mar, donde reina, quien sino, el Golfo San Jorge de nuestro rico y bravo Mar Argentino. Intentamos algo similar con Don Carlos Regazzoni, escultor, artista, perfomer televisivo. Pero esa, esa es otra historia. GONZO! STOP.
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