Carta a mi primera hija: la que me enseñó a ser madre y me descubrió una nueva forma de amar
Karin S. Hiebaum
Hace algunos años ya que mi hija dejó de ser bebé, y es algo de lo que hace tiempo hablé en Bebés y más, donde compartí una reflexión acerca de los sentimientos encontrados que esto me provocaba. Pero hoy, quiero compartir otra reflexión con la que quizás muchas madres se identifiquen: la llegada del primer hijo.
El primer bebé, es ese que rompe todos los esquemas y que cambia por completo tu vida. Por ello, hoy dedico una carta a mi primera hija: la que me enseñó a ser madre y me descubrió una nueva forma de amar.
Querida hija…
Aún puedo recordar el día que descubrí que venías en camino. Era un jueves como cualquier otro en la oficina, pero tenía algunos días sintiéndome «rara». Decidí tomar una prueba de embarazo y supe que estaba embarazada. Tengo que confesarlo: estaba muy emocionada, pero el mismo tiempo me sentía aterrada.
La madre que creía que sería y la madre que soy
Mil preguntas comenzaron a inundar mi mente: ¿podré con esto? ¿seré una buena madre? ¿qué tal si lo hago mal? ¿cómo sé si realmente estoy lista para tener un bebé? Pero ahora que han pasado algunos años, veo que después de todo tampoco me ha salido tan mal desempeñar este papel de mamá.
Tu llegada fue muy esperada, pues no solo se trataba de mi primer bebé, sino también de la primera nieta de tus abuelos, así que ya te imaginarás cómo nos sentíamos todos durante esos largos nueve meses. Es muy curioso cómo puedes sentirte enamorada de alguien a quien aún no conoces, pero así es la maternidad.
Cuando finalmente llegaste a nuestras vidas, volteaste nuestro mundo de cabeza. Todo lo que creía saber de la vida, cambió. Debo ser honesta: no tenía idea de cómo ser mamá. Jamás había sostenido a un bebé en brazos y mucho menos había cambiado un pañal. Era territorio totalmente desconocido para mí.
Pero tú, con ese tamaño diminuto, esas manitas pequeñitas y esos ojitos llenos de ilusión, me fuiste enseñando a ser madre. Es increíble cómo antes de tenerte no tenía idea de cómo haría las cosas, y cuando llegaste tú parecía que me dabas muchas de las respuestas que tanta falta me hacían.
Claro, aunque hoy soy muy diferente de esa madre primeriza, joven e inexperta, todavía sigo aprendiendo muchas cosas a tu lado. Pero es increíble lo mucho que has cambiado no solo mi vida, sino mi forma de pensar y de ver las cosas. Mis prioridades, metas y objetivos, son otros muy distintos a los que tenía cuando aún no era madre.
Llevarte en brazos durante esos primeros años fue una de las cosas más agotadoramente preciosas que he vivido, y aunque esa época ha quedado atrás, siempre habrá un espacio para ti dentro de ellos, sin importar la edad que tengas.
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